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2.Nov.2018 / 10:02 am / Haga un comentario

Sergio Moro

La confirmación de Sergio Moro como futuro ministro de Seguridad y Justicia de Jair Bolsonaro no sorprende a nadie. No obstante, cristaliza el rol del poder judicial y los poderes fácticos en el proceso de erosión institucional que sufre Brasil. Fue clave para la llegada de la ultraderecha al poder.

Con Moro a la cabeza, el sector de la Justicia, que avaló la destitución de Dilma Rousseff y aceleró el proceso judicial contra Lula para detenerlo sin pruebas y proscribirlo cuando encabezaba todas las encuestas, buscará continuar en la centralidad para acompañar al nuevo mandatario y, si es necesario, condicionarlo.

En un primer momento se especuló con la posibilidad de premiar al mediático juez antipetista con un lugar en el Supremo Tribunal Federal, pero esto parece haber quedado a un lado. Finalmente, Moro no irá al STF sino que cumplirá tareas ejecutivas como súper Ministro de Seguridad y Justicia de Bolsonaro. El juez del lava jato, emblema de la lucha contra la corrupción para los analistas liberales, que se paseó por medios de comunicación y universidades del mundo dando cátedra de su doctrina, será (después de Pablo Guedes) el ministro más importante del nuevo gobierno. Tendrá a cargo ni más ni menos que el control del monopolio de la fuerza pública, el diseño de la política de seguridad y será la garantía de impulso de leyes que le den más poder político y económico a un poder judicial cada vez más agigantado.

“Con Moro en el Gobierno, la credibilidad del Lava Jato queda amenazada”, publicó ayer el diario Folha de Sao Paulo quien hoy es de los medios más críticos a Bolsonaro. Esta aseveración tiene sentido dado que, más allá de la carta oficial en la que Moro dice garantizar que la causa “Lava Jato” seguirá en manos de “valiosos jueces locales” está claro que su jugada le quita legitimidad a su posición de juez imparcial e incorruptible. ¿Será que esa investigación cumplió el objetivo que tenía que cumplir?

Lo cierto es que Sergio Moro es ahora parte del sistema que él mismo ayudó a deteriorar, ¿por qué no habría de perjudicarlo una vez que el Gobierno electo empiece a perder apoyo?

No obstante, su perfil rígido, correcto y comprometido con la lucha contra la corrupción servirá para legitimar las brutalidades que el excapitán del ejército prometió en campaña. Algunas de ellas podrían ser desplazar a comunidades originarias para profundizar el agronegocio, o perseguir y judicializar a las expresiones de izquierda a la que Bolsonaro en campaña prometió “exterminar” y calificó de terroristas como en el caso de MST y MTST.

Que el expresidente Lula siga detenido ante la explícita incompatibilidad de intereses es una demostración de una característica antidemocrática de la vida pública brasileña. Y todo indica que seguirá profundizándose. Si la doctrina Moro se basa en la idea de que Lula es culpable porque no podía saber lo que pasaba con la corrupción durante los gobiernos del PT, ¿qué asegura que Moro no continuará tutelando este vergonzoso proceso? Parece que el dominio de los hechos no aplica en el caso de Moro. A su vez, si Fernando Haddad es detenido como amenazó el flamante Jefe de Estado, ¿significaría que Moro lidera una cacería contra dirigentes del PT?

Sin la bravuconada de Jair, pero con palabras más suaves y un traje a medida, Moro será una pieza clave para la consolidación de un sistema de gobierno que está muy lejos de parecerse a una democracia. La realidad es que el ahora funcionario siempre tuvo claro su objetivo: terminar con el gobierno del PT, encarcelar a quien encabezaba las encuestas y generar el escenario para la victoria del presidente que luego lo convoca.

Pero esto no termina acá. Moro se ve presidente. Entiende que Bolsonaro no podrá ir más allá del 2022, ya sea por edad, desgaste o una imagen que caerá producto de una gestión antipopular. Con el riesgo de adelantarnos demasiado a lo que se viene, el Juez confía demasiado en sí mismo y su soberbia lo convenció que puede sobrevivir a la mala reputación en la que caerá el gobierno que ahora integra.

Finalmente, la troika que anticipamos hace un tiempo está materializándose. Moro se agiganta en representación del Poder Judicial, los evangelistas tendrán el Ministerio de la Familia que administrará las políticas sociales (y seguramente se anuncie pronto a representantes de ese sector en las carteras de Salud y Educación, además de las tierras fiscales que tendrá para la construcción de templos y las licencias de medios). Los militares ya se apoderaron de la vicepresidencia, jefatura de gabinete, Defensa, Ciencia y Tecnología y Transporte. Ellos, junto a los liberales del sector financiero que se sumarán al ministerio de economía de Pablo Guedes, anticipan un Gobierno con muchas figuras fuertes, autoritario, conservador y abrazado a la valorización financiera. En otras palabras, no tiene nada positivo para ofrecerle a una población que confía en el cambio, producto del hartazgo, el escepticismo y, porque no, cierto grado de confusión.

Sergio Moro destruyó el Estado de Derecho en nombre de la lucha contra la corrupción. Engendró al monstruo y lo llevó a lo más alto. Ahora, asumió su verdadero rol, el de ser el justiciero de la extrema derecha. Es la síntesis de, como definió el reconocido jurista y sociólogo, Boaventura de Sousa Santos, “una nueva democracia” que consiste en un país con orden, autoridad y jerarquías sociales en la que predomina el mercado (totalitarismo financiero en palabras de Zaffaroni) y donde quedan postergados los derechos de los ciudadanos, ya sean sociales, laborales o individuales . Del futuro padecimiento, Sergio Moro es uno de los principales responsables.

Por: Augusto Taglioni
Director de Resumen del Sur, periodista. Mar del Plata

 

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