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20.Jun.2016 / 11:10 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

Foto: Misión Verdad

A la memoria de Wladimir Ruiz Tirado,
mi hermano y camarada, exponente en El Salvador de la diplomacia bolivariana.

Es una realidad tan vertiginosa como irrebatible en el mundo, desde los ámbitos del activismo de la izquierda e incluso en los círculos neoconservadores, que la política no se juega solamente entre los Estados o entre grandes organizaciones formales como partidos, sindicatos, gremios u otras instancias organizadas. La viabilidad de los procesos políticos pasa por estrategias políticas culturales y discursivas que construyen la base o la sustancia social de los mismos. Me atrevo a pensar que lo ocurrido en Argentina y Brasil, para citar dos ejemplos frescos y bastante aleccionadores, tienen, en mucha medida, el viso de este juego de laboratorio, aunque sea un entramado nada fácil de despejar, sobre todo porque se alzan en la cresta de la ola dejada por las maquinarias de la Guerra Fría.

Las superpotencias entendieron muy bien la dinámica que se vino con ella, que se vertía en una guerra editorial, ideológica, académica y social para hegemonizar el grueso de las fuerzas sociales del planeta. Sabemos el resultado de la Guerra Fría y su desenlace tuvo que ver con la avasalladora ventaja mediática, financiera e ideológica de la contrarrevolución neoliberal, que, en algunos casos, maquilló la forma del capitalismo pero dejó intacta para la dominación la lógica del capital, como alguna vez lo planteó el Comandante Chávez invocando las lecturas de Meszaros y otros pensadores que lo cautivaron poco antes de su partida.

Alternativamente, las estrategias anti-insurreccionales en Centroamérica o el Cono Sur eran sucedidas por la instalación de ONGs, la reestructuración de las universidades, el apoyo de fuerzas sociales emergentes de las clases medias y una intensa actividad cultural.

El resultado de este esfuerzo conjunto de las élites latinoamericanas y de los EEUU fue ese período de florecimiento de la Sociedad Civil -realmente clases medias y élites empresariales, corporaciones mediáticas disfrazadas de agencias de festejos o de «solidaridad», de corte humanitario- signado por la certidumbre de la economía de mercado y de las democracias representativas, esos modelos «chéveres» que aceptan la OEA u las Naciones Unidas. Sólo grandes esfuerzos del movimiento popular latinoamericano han logrado revertir ese estado de cosas, que sin embargo alarga sus afectos en el terreno ideológico y político debido a la falta de alternativas ante el neoliberalismo. Aprovecho para una acotación simple: ni en España, con los Indignados, ni en Grecia, ni en ninguna parte de Europa Central o del Este, hay señales de humo. Más de lo mismo: pérdida de las conquistas sociales, del llamado Estado de Bienestar e imposición de sociedades del mutuo elogio (partidos, partiditos, siglas y más siglas enraizadas con las viejas y clásicas formas monárquicas).

Diplomacia y sociedad

Todo esto nos recuerda no solamente la situación que presenta el futuro inmediato, sino las condiciones actuales de la diplomacia y la geoestrategia (este artículo está escrito con base a un papel de trabajo presentado en mi condición de Primer Secretario de nuestra embajada en Argentina en el año 2006 ante el exembajador Roger Capella, quien a su vez lo expuso en Caracas ante el entonces canciller Alí Rodríguez y el vicecanciller Pavel Rondón en una sesión extraordinaria de embajadores venezolanos en América Latina). Decíamos: las políticas exteriores no se reducen a un intercambio ordenado entre Estados a través de sus cancillerías y los límites y fronteras no se reducen, tampoco, a las geográficas. Cada país está constituido por ámbitos culturales y sociales, surcados por distintas fuerzas de diferente orientación y alcance; en ese sentido la política exterior de un país, en sentido literal, es la coordinación general de las interacciones e intercambios políticos, ideológicos y culturales con las naciones que se relaciona. Si bien esto excede los alcances de la Cancillería y toca no sólo a otros ministerios e instituciones sino a las fuerzas políticas activas en el país; por su naturaleza, el Ministerio (la Cancillería) debe ser el núcleo coordinador y la principal vía de intercambio. Para ello se debe adoptar una definición a la vez más vasta y flexible de la actividad diplomática.

En este sentido, la diplomacia venezolana debe coordinarse con la organización de una contrahegemonía a nivel hemisférico frente al neoliberalismo o, como hoy (2016), ante los virajes ya señalados, como Argentina, Brasil y organismos como la OEA y otros mecanismos que expresan las políticas del Imperio. De un modo inmediato, esto implica, entre otras tareas urgentes, elaborar un registro de aliados, de actores estratégicos identificados con los idearios bolivarianos y chavistas, antiimperialistas y nacionalistas, patrióticos, decididos a la independencia.

Pero más allá, y ante la abrumadora guerra psicológica y no convencional, es necesario avanzar en una política mediática o comunicacional de esencia latinoamericanista y antineoliberal en la que puedan reconocerse la mayoría de las fuerzas y movimientos sociales de la región y el mundo para conseguir un principio táctico de unidad que frene el avance de las corrientes más retrógradas de las sociedades, muchas de ellas edificadas y sostenidas por las cúpulas de las Iglesia católica y empresariales conectadas con los intereses de expansión de los imperios norteamericano y europeo.

Ciertamente Venezuela está siendo vulnerada desde esos ámbitos foráneos, y sus oficinas tarifadas locales (PJ, AD, VP), aunque mediatizadas tanto por sus penurias organizativas e ideológicas como por su pobreza discursiva y peligrosos pragmatismos, como es el caso de los factores de la MUD en el país, que reúne «liderazgos» ultraconservadores, neofascistas, hijos de la antipolítica, zombis sin fibra nacionalista o de bajísima estatura moral (ladrones, delincuentes, empresarios articulados con prácticas paramilitares y «bachaqueras», o sicariatos), continúan generando la zozobra emocional; no es necesario argumentarlo. Eso es cierto.

Habría que considerar como un paso positivo, frente a esa torcedura de la realidad en Venezuela, el escobillazo propinado a Almagro, su desmantelamiento como carta de Obama. El rol de nuestra canciller se ciñe al ideario de Hugo Chávez, sin duda, pero es indispensable consolidar un discurso que contribuya al desbloqueo ideológico de las fuerzas populares en muchos países.

En artículo sucesivo abordaremos los componentes básicos de este planteamiento.

Por: Federico Ruiz Tirado

Misión Verdad

 

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