Opinión / Noticias / Héctor Agüero

28.Nov.2016 / 07:29 am / Haga un comentario

Foto: Archivo

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Fidel Castro, aportó a la formación de la conciencia y de la dignidad de los ciudadanos del tercer Mundo el derecho a la utopía, el formidable sentido de soñar que lo llevó a ejecutar hazañas que nadie creía que podían realizarse. Fue una utopía el asalto al Cuartel Moncada, con un puñado de aprendices incluido él, que se saldó en una desventaja militar, pero, que al mismo tiempo se convirtió en un triunfo político, plasmado en la célebre frase que pronunciara ante los jueces que lo condenaron: “no importa, la historia me absolverá”.

Esta inmensa carga de utopía, aparece tiempo después cuando desde México, en un viejo y desvencijado yate sobrecargado de aprendices guerreros, deja atrás los puertos yucatecos para pisar los manglares del oriente de su amada Cuba. De nuevo el descalabro militar y el triunfo político. De ese ejército de ilusos solo doce sobreviven (el número bíblico aparece), uno de ellos, un médico argentino para remate asmático.

Pasarán dos años y esos soñadores, barbudos, andrajosos y mal armados entrarán a la Habana derrotando a un ejército profesional. Por primera vez el sueño y la utopía se hacen realidad: triunfo militar, triunfo político, triunfo de la dignidad de un pueblo, de un hombre.

Otros dos años y de nuevo la utopía campea en la modesta isla caribeña. A solo cien kilómetros de distancia de la mayor potencia militar y económica del planeta, Fidel Castro Ruz, el soñador, el utópico decide el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, proclamar la República Socialista de Cuba.

La repuesta imperial no tardará. La contrarrevolución apoyada y financiada por las fuerzas imperiales, hostigarán el naciente proceso revolucionario que empieza a desarrollarse en Cuba.

Sabotajes, grupos terroristas en el Escambray, atentados como la explosión del buque Le Coubre y finalmente la invasión de Bahía de Cochinos llevada a cabo por mercenarios de distinta calaña, formados y pertrechados con dinero imperial que la revolución derrotó de manera contundente gracias a un soñador, a un utópico dirigente, líder del pueblo cubano que dio la orden en el campo de batalla: “que los tanques pisen el mar”

No es extraño que la primera derrota militar del imperio norteamericano haya tenido lugar en tierras cubanas, gracias a la utopía, al derecho de soñar. De un hombre y de un pueblo.

Luego vendría la formación y la elevación de los derechos sociales del pueblo cubano, que aún hoy exhibe con orgullo méritos de educación, salud, deportes e investigación científica, gracias al derecho a soñar y defender la utopía para hacer realidad los sueños. Tiempos de Revolución.

 

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