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26.May.2015 / 11:37 pm / Haga un comentario

Foto: Archivo

Por: Federico Ruíz Tirado

Apreciado camarada. Una simple mirada al anatema que ha provocado la industria mediática imperial contra Venezuela, desde el arribo de nuestro inolvidable Comandante Hugo Chávez al poder político, o antes, pero sobre todo después de su muerte, bastaría para tomar la puntilla de la hebra del perverso hilo conductor de su comportamiento socio-político y esquizoide y su efecto en las modalidades del ser venezolano, en su campo mental y en la cotidianeidad de sus quehaceres.

Pero si nos proponemos calificar todo el horror de su carga, ésta quedaría milimétricamente trazada si aplicáramos una resonancia magnética a este episódico período de guerra, que no es tan fría, si a ver vamos, en caso de plantearnos, entre otros objetivos necesarios y urgentes, la resemantización y con ello la lectura de las claves que se entrecruzan en el tablero de ajedrez de esta guerra asimétrica, llamada por muchos no ya de tercera ni de cuarta, sino de quinta generación, pero guerra que, al fin y al cabo, aunque pocos hablen de ello, ha dejado un rastro de sangre y ausencia entre nosotros.

Buscar la antítesis, los hitos subyacentes de las últimas décadas, la bulla contenida de palabras que permanecen subalternas de otras, quizás de tinte más demagógico, de frases manidas, más epocales que coyunturales, como por ejemplo «tapar el sol con un dedo» o «lo que está a la vista no necesita anteojos» u otras sucedáneas, es una tarea que debemos exigirnos porque su pronóstico no está a la vuelta de la esquina, ni en la superficie, digo yo, y no la cumpliremos agazapados en una consigna con toques de clarín, sino que la asumiríamos como el desafío histórico de enfocar, como lo hizo Chávez, los matices de la tramoya, de tener prestos los amarres del chinchorro, la cantimplora de agua, la brújula y las linternas, para llegar hasta el fondo o lo más cerca de la verdad, como decía Marx, y continuar excavando sin hacerse ilusiones con la verdad verdadera, o lo que arroje la única y purita verdad. Por eso creo, querido camarada, que es perentorio hacerlo, aunque la hora actual nos imponga otra encomienda ineludible.

Tú lo sabes tanto como el Presidente Maduro: ser como Chávez no es un ejercicio mimético de su prodigiosa inteligencia. Ser como él significa, como lo simboliza muy bien tu programa «Con el mazo dando», la necesidad de reflexionar en profundidad para que la lucha sea una acción planificada, confrontada con los hechos y en colectivo, así lo hagamos bajo el signo del sabotaje y de los brotes de corrupción que a veces nos sorprende pero no nos amilana.

Te señalo estas cosas porque me ha asombrado enormemente, como a muchos, tu serenidad ante el desespero zigzagueante de los maquinistas de la manipulación mediática y, también, porque ahora ocupas el espacio del blanco sobre el cual ellos quieren detonar la implosión del chavismo radical y organizado. Esta no es una modalidad de agresión nueva ni inédita, desde luego. Hay tela, bastante, que cortar. Por eso te hablaba del rastro de dolor y ausencia que va dejando esta guerra: Hugo Chávez, Eliécer Otaiza, Robert Serra, Danilo Anderson, y si nos permitimos mirar atrás, los miles de venezolanos caídos para siempre cuando en 1989 salieron de las catacumbas, de la oscuridad, a hacer añicos el espejo donde se miraba el ombligo la Venezuela Saudita y su clase política desalmada, aquella ilusión originada en la «providencia» petrolera, frágil vitrina de la abundancia que los ocultaba miserablemente y que fueron masacrados por un ejército diseñado por el Pentágono y compañía. Para ese entonces, también los medios de comunicación privados y ligados a la oligarquía jugaron el papel de esteticistas, maquillando la realidad, imponiéndonos la matriz de la Venezuela consensuada por la riqueza que nos venía del subsuelo, tal como fue alertado por Alfredo Maneiro.

Mucho más remota es la historia de las traiciones y las pérdidas de las Repúblicas que forjaban Bolívar, Sucre, Miranda y otros libertarios independentistas, la formación de las clases sociales maceradas en la esclavitud y que Uslar Prieti, eufemísticamente y como correspondía a sus «valores humanos», denominó «el mestizaje creador»; el latifundio, el asesinato de Ezequiel Zamora, a quien la historia oficial estigmatizó como un delincuente, las dictaduras campechanas y terroríficas de Gómez y Pérez Jiménez, las masacres cometidas durante la IV República, las torturas y las desapariciones de revolucionarios durante la llamada democracia representativa.

El desespero imperial, sin embargo, hoy no ha calado en tierra firme. Porque somos arrechos como Chávez, y ese vigor es hereditario, casi sanguíneo, que nos hace, como tú y el timón de Nicolás Maduro, cada vez más dignos, más sigilosos, sobre todo en esta hora que aparenta no tener ojo avizor, en la que el bachaqueo, así llamado, se ha vuelto un cuerpo social tan orgánico como indeseable, que brilla con luz híbrida y se ampara a veces en el contrafuerte de nuestros más íntimos o abiertos enemigos, pero que no deja de ser otra arma imperial para torcernos el brazo, sembrando incertidumbre e infligiendo una brutal agresión contra la salud colectiva y el curso de la Revolución Bolivariana.

El enemigo se ha instalado junto a nuestra sombra y cuando se exaspera, se mueve de un lado a otro buscando cabezas, como la tuya. Te quieren volver polvo porque así quieren vernos a los chavistas, y muy probablemente cuenten con cierta complicidad fragmentada pero interna, lo que es peor. Complicidad no identificada, al igual que las brujas, decimos que no existen, pero vuelan sobre nosotros.

Ciertamente hay desespero, camarada. Se vierte contra ti y el pueblo llano, las mayorías visibles o soterradas, llegando incluso a trastocar «el alma de las cosas», a decir de Musil, el autor de El hombre sin atributos; esas costumbres, bienes o servicios que solían ser patrimonio exclusivo de la clase media, alta pero baja, mediana o chirriquitica. Hay desespero. Hay una ola de calor; una gota gorda de sudor cae en los peldaños de la escalera social.

Pero hay resistencia, la misma que afloró durante el «Carmonazo» y que, luego, le otorgó blindaje al Comandante Chávez cuando enfrentó y derrotó a los autores del paro y sabotaje petrolero.

 

Abrazos de un chavista primitivo.

 

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