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14.Feb.2017 / 11:21 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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La situación actual del pan en sus distintas presentaciones para el consumo masivo, signada por la escasez y el racionamiento de las panaderías, resume a su vez un conjunto de factores históricos, culturales y económicos que evidencian la cara más fea del rentismo: la dependencia alimentaria de rubros que no se producen en el país, la cartelización de su producción y distribución en pocas empresas, la homologación cultural del consumo de pan al trigo y su deterioro cuando caen los precios del petróleo.

Desde la puesta en marcha de la Venezuela Saudí, el control de este rubro y sus distintos derivados (harina panadera, para pastas, galletas, tortas, chucherías, harina para consumo doméstico, harina para producción de panes de perro caliente o sándwich, etc.) se vino concentrando en pocas empresas, aumentando su capacidad de control sobre el ciclo importación-producción-distribución.

Control oligopólico de la harina de trigo

Una investigación de la Asociación de Molinos de Trigo (Asotrigo), presentada en 2013, refleja que sólo cuatro empresas controlan el 78% del mercado de la harina de trigo en Venezuela, y específicamente, el mercado de harina de uso industrial para fabricar panes. Agrupan más del 50% de los molinos que funcionan en el país (12 en total) y los principales canales de distribución para las 10 mil panaderías existentes en el país.

Estas empresas son: la corporación Cargill, Monaca (perteneciente al grupo mexicano Gruma), Molinos Carabobo (Mocasa) y Molvenca de las empresas Sindoni.

Cargill controla, según esta investigación del gremio empresarial, 27% de la cuota de mercado, Monaca el 26%, Mocasa 15% y Molvenca 10%. Entre todas suman el control del 78% de la cuota total del mercado de trigo y de la harina panadera de uso industrial. El restante 22% está distribuido en empresas molineras y fabricantes de productos a base de trigo de pequeño tamaño, como Molinos Hidlago, Siseca, Faparca, Pastas Capri, La Lucha y Pastas La Especial.

Específicamente en esta línea de derivados, Cargill es propietaria de las marcas Rey del Norte, Águila y Gramoven, que se comercializan en sacos de 45 kg para la industria panificadora y las panaderías. Monaca distribuye la harina de uso industrial Robin Hood, comercializada en sacos de 20 kg. Molvenca por su parte es dueña de las marcas La Soberana y La Reina, igual en presentaciones de 45 kg.

Directivos y propietarios

Según el registro nacional de contrataciones, el presidente de Cargill en Venezuela es Jon Ander Badiola, quien a su vez es presidente de Venancham, la casa representante de los intereses comerciales de las corporaciones estadounidenses en Venezuela. En distintas oportunidades el presidente Nicolás Maduro ha acusado a Venancham de ser uno de los actores principales de la guerra económica contra Venezuela, por ser el ente que concentra y dirige los intereses de las transnacionales que ocupan sectores estratégicos dentro de la economía nacional (industria farmacéutica, alimentaria, productos de aseo personal, etc.).

Monaca (perteneciente al grupo empresarial mexicano Gruma) tiene como presidente de operaciones en Venezuela a Henry Castro, quien sustituyó hace pocos años a Nicolás Constantino (presidente de Asotrigo), quien también forma parte de la junta directiva de Monaca. En abril del año pasado, el sindicato de esta empresa tramitó una denuncia ante el Ministerio Público para que se investigara a Castro por la desaparición de 550 toneladas de trigo existentes en los inventarios de la empresa, destacando que la gobernación del estado Zulia y los cuerpos de seguridad del Estado ejercen la vigilancia correspondiente.

Mocasa por su parte es propiedad, según el registro nacional de contrataciones, de Inversora Baspass (75% de las acciones) y Mario Gomes Camacho (25% de las acciones), ambos nombres son opacos y no es muy amplia su información fiscal. Como presidente de la empresa figura Giovanni Basile Passaalacqua, quien a su vez aparece en los Panamá Papers con dos empresas offshore registradas en Nevada, Estados Unidos (Gold Lake LLC y Diamond Lake LLC). Una empresa offshore operativamente hablando es utilizada para evadir impuestos, lavar capitales y ocultar las operaciones financieras de un negocio, lo que jurídicamente cabe como un acto de corrupción.

Monvelca-Empresas Sindoni es, como su nombre lo indica, propiedad la familia Sindoni, una de las familias italianas con mayor peso económico en Venezuela desde mediados del siglo XX. En el año 2013 Giussepe Sindoni, presidente y dueño de la empresa, demandó al diario mayamero El Venezolano por acusarlo sin fundamentos de lavado de dinero y actos de corrupción en 2012. Sindoni reclamó 15 mil dólares por daños y prejuicios ante una corte de Miami-Dade.

Distribución tercerizada

Una investigación realizada en el año 2006 evidenció cómo Cargill, en términos de distribución, era un deficiente por no decir menos. Apunta el estudio: «No hay una buena utilización del transporte a los despachos a las regiones de Oriente y Centro-Occidente, lo que encarece el costo del flete». Asimismo Cargill no realiza la distribución de la harina panadera, sino que la terceriza a empresas distribuidoras que hacen deficiente, caótica y desorganizada la distribución, fomentando el bachaqueo y la reventa irregular del producto.

Otro problema que señala la investigación es que las zonas de Oriente, Los Andes y los Llanos la distribución es aún más insatisfactoria, debido a que las zonas de despacho se encuentran aglomeradas en la zona Centro-Occidente del país, complicando el traslado oportuno de la harina panadera. Este problema es también constitutiva de las tres otras empresas comentadas, ya que se ubican alejadas de centros urbanos y zonas periféricas. La situación actual del pan de trigo puede explicarse por la caída de los precios del petróleo o la estructura bachaquera de distribución, como por esa disfuncionalidad de origen.

Pero esta estructura irregular y paralela de distribución no es exclusiva de Cargill, sino del resto de las otras tres empresas que controlan el mercado de harina de trigo y de las empresas grandes en general, que también delegan la responsabilidad de las rutas de distribución a empresas que no guardan ninguna relación corporativa con ellas. Dando luz verde a la circulación caótica del producto y a la captación y posterior reventa a precios exorbitantes por parte de mafias. Un crimen perfecto.

Honor a la verdad

La situación actual del pan de trigo sólo se puede entender a través de los múltiples factores (económicos y culturales) que inciden en ella. En buena parte la caída de los ingresos petroleros ha impedido importar todo el trigo que necesita una población en aumento, aunque nunca se han dejado de realizar las compras internacionales; en buena parte las panaderías que acaparan el trigo o lo mezclan con otros derivados para hacer tortas y dulces; en buena parte estas empresas y directivos que dominan un complicado sistema de distribución que caotiza el flujo comercial de la harina de trigo; en buena parte la manipulación cambiaria y la depreciación del salario que transforma la harina de trigo en un producto de lujo, caro, expuesto al bachaqueo.

Pero lo que une a todos estos factores son precisamente los patrones de consumo que moldearon la alimentación del país desde la colonia, pues el trigo es también la narrativa de la dependencia y de la invasión cultural de Venezuela por parte de las corporaciones en el siglo XX, a quienes no les hizo falta tanques y armamento sofisticado para moldear al país según sus estándares, medidas e imitación de necesidades, y más aún si tenían de aliados a actores políticos tan antivenezolanos como los de la Cuarta República.

Encontraron en el imaginario y consumo de trigo (que también remite a la idea de progreso y desarrollo, imitación de la dieta europea y gringa, en cada mordisco) su método más tecnificado de control económico y cultural, ese candado ideológico que se ubica en el estómago y nos ata a los grilletes de las panaderías. En la mina Venezuela más han logrado las corporaciones con la comida que con las armas.

Por: William Serafino

Misión Verdad

 

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