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Por Eduardo Piñate R.
En las dos últimas semanas hemos dicho que el COVID-19 aceleró y profundizó la crisis global y estructural del capitalismo a niveles dramáticos, que aún están por verse. La caída del PIB mundial podría llegar al -6% de no resolverse la crisis del COVID-19 en este año y del -11% de pasar al 2021, de acuerdo con las estimaciones del FMI. Lo mismo hemos visto con los precios del petróleo, que han caído a menos de cero en las ventas a futuro del WTI, o el caso del otro crudo marcador, que es el Brent, que llegó a unos 10 USD el barril o menos. Hoy existe un amplio consenso en que estamos en un cuadro recesivo mundial que se profundizará en la medida que avanza la pandemia.
Por otra parte, hay un salto de calidad en la confrontación geopolítica planetaria, por cuanto la núcleo geopolítico mundial se va trasladando a la región Asia-Pacífico, con China y Rusia a la cabeza.
La pandemia y su consecuencia la inmensa recesión mundial, va a producir -ya lo viene haciendo- un agravamiento de las condiciones de vida de los pueblos, en el aumento del desempleo, en los sistemas de salud, en la seguridad social y los derechos sociales en general. Ello traerá como consecuencia el hambre y la miseria y desde luego, un aumento de la conflictividad social y política en diversas partes del mundo. Es decir, la pandemia, con la aceleración de la crisis del capital trae consigo la agudización de la lucha de clases.
En ese marco, nuestra línea general apunta a lo que dijo el presidente Nicolás Maduro, que después de la pandemia se producirá una transformación civilizatoria revolucionaria. Ello amerita una fuerza material que la haga posible, esa fuerza son los pueblos unidos programáticamente, teniendo el ejemplo de la Revolución Bolivariana y el pueblo venezolano como estandarte y vanguardia. Seguimos venciendo.
Caracas, 26 de abril de 2020