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12.May.2015 / 07:58 am / Haga un comentario

Foto: Archivo

El clamor por un sistema político más justo llevó a César Rengifo a reivindicar a través de sus ideas la condición creadora del pueblo, cuya expresión artística puede contribuir a la transformación de la sociedad, bandera retomada en los 100 años de su natalicio que se cumplirán este jueves 14 de mayo.

Uno de los primeros acercamientos que César Rengifo tuvo con la política sucedió en el año 1936, cuando tenía 21 años de edad. César, quien por instrucción de su mentor José del Carmen Toledo había ingresado a la Academia de Bellas Artes —espacio ubicado entre las esquinas de Veroes a Santa Capilla— aprendía técnicas de pintura y escultura al tiempo que forjaba su vocación por el pueblo, y se codeaba con Pedro León Castro, Ventura Gómez y Pedro Blanco, entre otros grandes creadores de su generación.

«Arribamos a la Escuela de Artes Plásticas, llenos de sueños, ambiciones y deseos; tratamos allí de desarrollarnos como artistas. Llegamos a la escuela con una noción muy clara del papel que nos tocaría jugar dentro de la cultura venezolana», expresó César años después, en 1974, cuando fue entrevistado y filmado por el investigador Jesús Mujica, para el documental César Rengifo, a viva voz, pieza audiovisual que se alzó con el Premio Municipal de Cortometraje del año, en 1976.

El 14 de febrero de 1936, cuando ya el régimen de Juan Vicente Gómez había llegado a su fin con la muerte del dictador, César y un grupo de jóvenes se lanzaron a las calles en exigencia de un proyecto político más justo, pensado para el pueblo, que a raíz de la renta petrolera lo había perdido todo y estaba migrando a la ciudad en busca de oportunidades que ya no se hallaban en el campo.

«Llegamos a la plaza Bolívar (del centro de Caracas) con el trágico saldo de tres compañeros heridos de gravedad. Uno fue Castor Vásquez, al que le dieron un balazo en la región dorsal, un balazo grave que lo mantuvo al borde de la muerte. A Augusto Pereira le dieron un balazo en una pierna y un muchacho de apellido Fontes o Fontaine le dieron un tiro en la cabeza. No lo mató porque la bala había chocado antes con un hierro en la plaza», contó el artista en una ocasión, desde su taller ubicado en «la casita del prado», donde había acondicionado un espacio para pintar y escribir, con sendos ventanales, justo en el patio de la casa, teniendo para ello que, con gran pena, cortar el árbol de mangos que años atrás había sembrado.

Fue así como César comenzó una vida activa en la política, apegada a la defensa del pueblo y su cultura, especialmente su cultura, tema que el artista plasmó en cada una de sus piezas teatrales, en toda su obra pictórica y en sus murales, con el propósito de hacerle ver a otros que Venezuela no había nacido con la explotación petrolera, y que el pueblo venezolano, desde sus comunidades indígenas, siempre fue un pueblo creador.

Arte militante

En el artículo «César Rengifo, quehacer y hombre», escrito por Diana Rengifo, hija del artista, y publicado en la revista César Rengifo, 1915 – 1980 del Fondo Editorial Ipasme, Diana cuenta que su padre siempre estuvo consciente que como artista, debía esforzarse por contribuir en los procesos de transformación de la sociedad. «Quizá por eso asume tempranamente la militancia comunista», apunta Diana en el texto.

César se hizo militante a los 21 años de edad. Una vez recibió su diploma en la Academia de Bellas Artes, documento que le acreditaba como artista plástico, hizo sus maletas y partió rumbo a Chile para hacer estudios superiores, con una beca que le proporcionara el Estado y que luego rechazaría, pues la rutina que llevaba en ese país le impedían realizar un arte dirigido al público, a lo popular.

«Consideraba en ese momento que debía dedicarme a un arte más público, que llegara a más gente y no sólo al arte de caballeta para las minorías», expresó César en una ocasión, cuando fue consultado del por qué decidió abandonar Chille y rápidamente trasladarse a México, viaje que explica su hija «fue una experiencia crucial para su crecimiento político, porque la experiencia mexicana determinará no sólo su militancia partidista sino su orientación plástica, indisoluble binomio que marcará en definitiva su trayectoria artística».

En este período de su vida, César se encuentra entonces con nuevos mentores: Salvador de la plaza, de quien adquiere una visión más crítica sobre el petróleo y los cambios sociales que su explotación trajo para el país; y Juan Marinello, ensayista cubano quien transmite sus conocimientos y orienta a César en sus primeros pasos de militante.

Se inscribe, entonces, en el Partido Comunista Mexicano, para el cual trabaja en la producción de afiches y distribuye volantes de propaganda, al tiempo que conoce y se deja maravillar con el muralismo mexicano, corriente de la cual aprendiera técnicas que próximamente emplearía en murales que aún en la actualidad se exhiben en Caracas.

A su regreso a Venezuela, y ya en su faceta de padre y esposo, César continuó su militancia, cada vez más socialista, por lo que en diferentes ocasiones organizó, en su hogar, reuniones para conspirar en contra el gobierno derechista de la época, que constantemente marginó su obra y hasta lo encarceló durante un año, en 1938.

Al respecto, cuenta su hija Diana: «En esa casa, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se reunía la gente para conspirar. Entonces papá nos sentaba a Flérida —la hija menor— y a mí en el sofá de la sala cuya ventana principal daba hacia la calle. Nuestras órdenes eran que cuando pasara la camioneta de la seguridad Nacional, que la menos pasaba durante varias veces al día, colocábamos una macetita con no recuerdo que planta, en el pretil de la ventana. si alguno de los conspiradores venía y veía la matica seguía de largo: no era seguro entrar».

El camino al socialismo era proceso de transformación necesario que César consideraba urgente implementar en Venezuela, pues sólo el socialismo, expresaba, haría que el pueblo tomara las riendas de su país, del gobierno, de las riquezas, para derrotar la dominación al que durante años fue sometido.

Por ello, César decía: «La patria es la tierra y sus montañas, su mar y sus peces. La patria es el Orinoco y las sierras andinas. La hallamos en la humilde flor del apamate y en el Relámpago del Catatumbo. En la áspera corteza de la yuca y en el mielado corazón de la batata. La patria es ese niño que tiene hacia el azul un papagayo o la muchacha que ríe y habla con acentos nacidos sólo en esta tierra».

AVN

 

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