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2.Oct.2020 / 11:08 am / Haga un comentario

Alfredo Carquez Saavedra

La necesidad de enfrentar y vencer los ataques sorpresivos y feroces de piratas y corsarios, formaron el carácter nacional de quienes habitaron el territorio de lo que fue la Capitanía General de Venezuela. Los bloqueos, sanciones ilegales  unilaterales y atracos financieros, modelan hoy día el de quienes, en la República Bolivariana de Venezuela, resisten el cerco levantado por los gobiernos de los presidentes estadounidenses de  Barack Obama  (Demócrata) y Donald Trump (Republicano).

En los siglos XV, XVI y XVII, los filibusteros ingleses, franceses y holandeses incursionaban en nuestro territorio con el objetivo sembrar el terror, saquear, asesinar a los pobladores de aldeas, ciudades y pueblos en los que hacían vida los súbditos del Reino de España. Estas acciones eran una extensión de las guerras religiosas y de sucesión que por años asolaron europa.

En pleno siglo XXI, la Casa Blanca, gobierne el partido del asno o el del elefante en esa rara democracia en la que el voto popular no vale nada, tiene como objetivo principal borrar del mapa el peligroso ejemplo que, para un imperio en abierta decadencia, significa la Revolución Bolivariana.

Ya en 1500, Alonso de Ojeda, quien recorrió toda la costa de nuestro país, informaba sobre un barco de piratas ingleses en el Golfo de Coquivacoa. Y a partir de 1560 aumentan los ataques de esta plaga al servicio de Francia, Gran Bretaña y Holanda, naciones que, como otras del viejo continente, aun mantienen la mala costumbre de apropiarse de lo ajeno. Ejemplos contemporáneos los vemos en los trágicos casos de Siria, Libia e Irak en los que socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte son responsables de violaciones diarias de los derechos humanos.

En el siglo XVII se registran cerca de 26 ataques de piratas (algunos ensalzados por la industria cultural estadounidense e inglesa, como Walter Raleigh o Henry Morgan) a ciudades como Cumaná, Carúpano, Maracaibo, Coro, Puerto Cabello, Valencia, Trujillo y Caracas.

Y precisamente en lo que hoy día es nuestra capital surge la figura de Alonso Andrea de Ledesma, quien en solitario, vestido con su armadura de antiguo conquistador (ante la llegada de los corsarios los hombres capaces de empuñar armas habían bajado a La Guaira a enfrentar a los invasores) decide no entregar Caracas sin antes dar batalla a los hombres de Amyas Preston.

Andrea de Ledesma muere como consecuencia abatido por los arcabuces, no sin antes causar bajas entre las huestes piratas. Sin embargo estos, al ver que se trataba de un anciano, le rinden homenaje. En cambio al traidor que los condujo por el Camino de los Españoles simplemente lo degollan antes de retirarse después de haber saqueado Caracas.

Dice el historiador Sacedo Bastardo que la violencia de los corsarios y piratas se tradujo “pese a todo, un factor aglutinante: obliga a deponer recelos y sentimientos particularistas en aras de una solidaridad forzosa y muestra la necesidad y las ventajas de la cooperación entre vecinos. En el martirio, como en la resistencia y en el rechazo y la derrota de los corsarios, se afirma la valentía del poblador de Venezuela. Fortalece al catolicismo de la naciente sociedad la furia agresiva de los protestantes -más oscurantistas y fanáticos que los reaccionarios cortesanos de Felipe II – que destruyen imágenes, queman templos, y se solazan en sacrilegios. Hasta precarias ciudades de tierra adentro llega el azote de la piratería antihispana. Pero a cada desembarco devastador, a veces varios en un año, y en total más de 30 entre 1519 y 1595, españoles y mestizos reconstruyen su asiento y restablecen su vida institucional con desafiante y bravo espíritu de arraigo”.

 

 

 

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