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27.Abr.2016 / 09:36 am / Haga un comentario

Imagen: Misión Verdad

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Lo vertebradamente humano, eso que se transmite, que acumula lo mejor en lo cultural, ético y espiritual, que pervive en el tiempo y se hace lo afirmativo, hasta el día de hoy es la última cuña entre la minoría demente que controla la economía y los patrones de consumo de globalistán; entre lo que en seco actúa como el poder, y el abultado resto de nosotros. Y entre una escala y otra, median las armas, el conflicto y avanza triunfalmente la antipolítica, la fractura interna y externa de las relaciones sociales en general y en todas las direcciones.

No hay versión más avanzada del nihilismo absoluto que la farándula, y su programa político económico siempre será el fascismo con el apellido del momento (postfordista, financiero, territorial, etc.), hoy declaradamente rodando sobre la autopista neoliberal hacia la nada.

Cuando en Brasil la semana pasada cada diputado, en pleno impeachment, expresaba su voto afirmativo contra la presidenta Rousseff, reseña The Economist, lo hicieron por «los principios de la cristiandad», «por los masones de Brasil», «por la paz en Jerusalém», «por mi madre Lucimar», «por mi mujer y mi hija, que son mi principal electorado», «por los productores rurales, porque si no pueden cultivar, no habrán almuerzos ni cenas», entre otro dechado de frases inorgánicas para la historia, pero fértiles para la telestupidización.

Resumió el 22 de abril Eric Nepomuceno: «En la patética sesión en que se aprobó la apertura de su juicio político, 29 diputados votaron ‘por la familia’, 27 ‘por Dios’, uno por ‘mi hija’, otro ‘por mi nieta’, otro ‘para impedir el cambio de sexo en los niños’ y la lista de absurdos es larga y nauseabunda. Poquísimos mencionaron los supuestos crímenes de responsabilidad que habrían sido cometidos por la presidenta».

La reversión política es total en la Argentina, que desde el poder se dio un golpe de Estado contra toda conquista social, laboral, o de justicia; y mientras recordamos que Macri celebró su victoria bailando Enrique Iglesias, en Venezuela, cuyo parlamento celebró el «día de la juventud» invitando como orador de orden a un oligofrénico con un cuarto de hemisferio funcional y con unas celebradas relaciones con las mafias mayameras.

Esos son los contornos llamémosle «culturales», en algunas de sus minucias, del «rostro público» del poder que acecha: Capriles con friso en la cara porque le salió mal el pilin, Ramos Allup regurgitando por la ayuda venezolana a Ecuador, el homenaje del diputado Jair Bolsonaro al torturador estrella de la dictadura militar que también torturó a Dilma Rousseff al lanzar su voto a favor delimpeachment, y Paul Singer, el pran mayor de los fondos buitres que recién acaba de ganar cómodamente un arreglo contra Argentina, llamó a Macri «el campeón de las reformas económicas» en un artículo dentro de un especial que el Times le dedica a las 100 personas «más influyentes» del mundo. Detrás del espectáculo se mueve quien en realidad manda.

El poder tradicional tendrá ese rostro estúpido, pero esa estupidez es la que está forzando a pasos enormes la inserción regional dentro de la contrarrevolución neoliberal: lo que fuera de la teorización habitual se sintetiza en cuerpo político en lo que ya estamos viendo en otras regiones en fases más adelantadas: el modelo de ser humano que se necesita es uno que migre, sin raíz ni suelo, sin identidad, perfectamente explotable hasta lo último, y con un rosario de «derechos» mal vestidos.

A sus debidas sociedades, las condenas por abundancia

«Una jaula vuela por su canario», escribió Kafka. Y cuadra al pelo si se piensa que esos dechados de virtudes ciudadanas que son «las clases dirigentes» no están solas, sino que son expresión directa de una franja sociocultural y una suma de reflejos sintomáticos (no necesariamente permeada por la lucha de clases per se, según se gradúen los orígenes de la alienación de acuerdo a su composición).

El «cambio» como un llamado a la Arcadia del consumo sobre un paisaje de fondo inalterado se destila en una presunta enunciación política sin sustancia: juzgar a la presidenta en nombre de doña Lucimar, el austericidio desembozado y en esteroides contra la población argentina, el desmantelamiento interno de los resortes culturales venezolanos tienen cómplice. La contrarrevolución entra por la cocina del alma. Y eleva a clave dirigencial a Freddy Guevara.

La «mejor Venezuela» necesita «gerentes». Y, según quieren decir, los «mejores gerentes» están presos por «pensar distinto». Por lo tanto, por elemental contrapartida, los actuales gobiernos, dentro de los actuales Estados, son incapaces y además enemigos de toda «excelencia»: se restringen a medrar en los pasillos empegostados de la corrupción, mientras sus poblaciones descienden sin freno alguno hacia la «crisis humanitaria». La esencia del asedio no convencional: ejecutar por las vías que sean el vuelco que lleve a la poblacióncontra el Estado y el gobierno de su país, y sin nada tangible fuera de lo farandulero como soporte político, fuera del agotamiento de la guerra diaria.

En su proceso de debilitamiento, igual que en Brasil y en Argentina (sólo que ahí con una facilidad escandalosa y extrema), se inocula la aceptación de ese relato por vía de agotamiento, de minado interno de la vivencia diaria, vía la administración del miedo, de la experiencia actual en contraste con los niveles de tranquilidad de cuatro años atrás.

Cuando se cuenta con un sistema inmunológico funcional en términos mediáticos, la aceptación del preterido intento de imponer ese sentido común por encima de cualquier otro pierde eficacia. Fuera de la madeja que significa la confrontación política desde el lenguaje, todavía existe una reserva capaz de distinguir, a pesar del cansancio, ya no las señales propiamente del malestar, sino el carácter de amenaza que tiene la bienintencionada neolengua de los factores en torno a la MUD.

Y esto no vino de gratis.

Los procesos de descomposición, la guerra hacia adentro y la fractura social del alma

Sostienen varios pensadores post-soviéticos, con una seriedad difícil de desafiar, que la Perestroika no fue lo que se contó, sino que, antes de la debacle, las naciones del bloque sufrieron un proceso de desmantelamiento interno que permitió que el desenlace posterior a la Perestroika fuera el que fuera, muy a contrapelo de la occidental y extremadamente consolidada creencia (en Occidente) de cuáles fueron las causas aparentes y los motivos de la «apertura» y posterior derrumbamiento de la Unión Soviética. Y ni Chernóbil, ni la guerra en Afganistán, ni la bajada de los precios del petróleo.

El historiador Andréi Fursov rememora cómo a partir de 1987, luego de una serie de aperturas arancelarias en materia de exportación, la población general se volcó a rematar y vender al exterior cuanto producto manufacturado saliera de la industria y el protegido mercado interno (todo mucho más barato en relación a Europa) para rematarlo a precio de divisa extranjera en el exterior.

El proceso alcanzó, irremediameblemente, una cota de reflujo y agotamiento. Se había desmembrado el mercado interno y el saqueo alcanzó a las reservas de oro, vía otra medida de liberalización, a la que le acompañó el soltar las amarras del control de precios. La dinámica ya estaba instalada, y todo, en tiempos de vacas flacas (1989), llevó a que prevaleciera una «economía sumergida», que a su vez «condujo a la entrada activa en la vida política de una poderosa nueva generación dedicada al crimen organizado».

Paralelo al proceso de descomposición (infra)estructural, también se replica, «culturalmente», adentro hacia afuera del tejido de una sociedad a la que se le conduce hacia el «cambio de régimen», la infección por envilecimiento de todas las esferas sociales, que paulatinamente y de acuerdo a su mecanismo de alcance a la masa monetaria (ahí, sin duda, según la clase social a la que pertenezca) se convierte la sociedad toda en una suma por asociación de mercachifles, de grupos individualizados a su mínima expresión, la desunificación definitiva; un pueblo absolutamente expuesto a agresiones multidimensionales (en el cuerpo, simbólicas, físicas, jurídicas, económicas, etc.).

Ya hemos visto y denunciado el sustrato moral del golpe en Brasil, la condición política monocelular de Macri y la ausencia de carcajada en el abismo de la MUD. Todas señales expresivas de cómo avanzan los procesos destituyentes en general, a la espera del punto de aceleración que liquide la experiencia latinoamericana de los últimos tres lustros.

Y en un escenario envilecido, el mejor activo que se tiene es a esa misma población y sus escalas, donde la gradación moral sitúa a quienes todavía defienden el derecho a la historia que se entraña en la alternativa emergente contra el gran suicidio nacional, tutelado desde muy afuera y desde muy arriba.

Corrupción, nado sincronizado y coreografía de la guerra

El eje central que dinamizó los cambios pesados sobre el territorio continental, el eje pensado por el Comandante, constituido por Venezuela-Brasil-Argentina, está sufriendo procesos golpistas que se ejecutan desde una fracción del Estado, desde una hacienda con lógica gamonalera del uso del poder constituido conquistado a fuerza de votos, producto de descomunales campañas de guerra híbrida que, torciéndole el cuello al cisne (de dudoso plumaje) del «juego democrático», combinando todas las formas de lucha, en Argentina colocó a Macri como presidente, en Brasil no ha habido paso mal dado por Dilma por el cual no le hayan hecho imposible la gobernanza, en Venezuela se tradujo en una disminución significativa del voto chavista, más que un incremento sustancial de la oposición.

Cada cual en su respectivo escenario, lo que se cuajó en 2013 en Brasil como inicio, la guerra abrasadora e incesante contra Venezuela, la histerización política argentina que logró el triunfo del microfraccionalismo, están derivando en este punto que puede perfectamente llamarse muerto. Puede llamarse forzado codo de la historia.

Pareciera que la armonización de las tres crisis (en términos de países, que son mucho más amplias) quieren derivar en casi el mismo punto, casi al mismo tiempo. Y lo estamos viendo en tiempo real, en HD y cuatro dimensiones; mientras la respuesta política opera como si fuera 2006, mientras que el enemigo ataca con una sofisticación de 2017.

Y en el centro de este conflicto de altísima intensidad se dinamiza a partir del paradigma «moral». El 1% hace rato que echó el cálculo, y sus estrategas y operadores saben que el actual coroto llamado Estado-nación y «política tradicional» ha alcanzado su grado más elevado de crisis por descomposición general. Y quien esté en el coroto del Estado producto del antidesarrollo, sea en el capitalismo periférico o central, está irremisiblemente bañado en mierda y en menos de seis grados de separación vinculado con el tránsito de lo que se ha generalizado como «corrupción».

Del mismo modo que se envenenó el concepto «derechos humanos», la corrupción y la denuncia selectiva son recursos francotiroteables dentro del proceso destituyente.

Todos son corruptos, digámoslo en términos fulminantes y generales, pero ellos tienen mejores medios para ocultar lo suyo, defender lo propio y magnificar los actos de ostentación de su contrario.

Sobre esa premisa se magnifica la evolución al punto muerto, toda vez que el resto de recursos de la guerra no convencional se encargan de hacer el resto: el caso de megacorrupción conocido como Lava Jato en Brasil fue producto directo del espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, sus siglas en inglés) contra dirigentes del gobierno brasileño, del partido y en especial de las autoridades en materia económica, los motivos de la victoria electoral de Macri y los evidenciados planes del Comando Sur contra Venezuela que armonizan con cada uno de los campos en los que se desenvuelve la crisis venezolana.

Los tres escenarios políticos, en lo inmediato, además de inciertos se vislumbran de pronóstico reservado: Michel Temer, el vicepresidente golpista de Brasil, cuenta con 2% de aprobación, con una crisis económica severa, una clase política secularmente criminal sin credibilidad alguna y una calle revuelta a extremos impredecibles.

En Argentina, los Panamá Papers parecen haber sentenciado la coronación de Macri como bujía necesaria pero desechable, desde su profundo abismo de desprestigio alcanzado en menos de 100 días.

En Venezuela, la incompetencia de una clase político-partidocrática que ganó las elecciones en parte nariceado por los jefes directos, en parte por la incapacitación política que permitió que la mediocridad y la confianza extrema prevalecieran sobre el análisis político del momento, hoy en día se avanza vía Asamblea Nacional a un intento de parálisis, relativamente limitado pero sentenciado por el tribunal mediático como total, toda vez que el recrudecimiento económico e inflacionario avanza, sobre un terreno ahora allanado y abonado sobre la sangre del asesinato político de moda.

Los tres escenarios derivan en lo mismo: en la supresión política, en la ingobernabilidad, en la búsqueda de que cuaje la confrontación directa desde abajo, sin mediaciones institucionales, puesto que se pueden encontrar incapacitadas por parálisis.

Confrontaciones en el que es una táctica deliberada la supresión absoluta de mediaciones políticas. La guerra civil. Que mientras más apunte a la vorágine, mejor.

Mientras que en medio de la refriega, y de la forma que sea, se logren controlar el Arco Minero y la Faja Petrolífera, la Cumbre Pre-Sal y la industria brasileña, y todavía se pueda convertir el norte argentino en Afganistán, vía sojización, extranjerización y transgenización de los suelos, todo vale.

La parranda a dentelladas de la plutocracia

«Las sanciones de la ONU destruyeron a la sociedad iraquí, y la guerra, al Estado», le declaró un político de la nación mesopotámica a un periodista británico hace un par de años atrás, cuando el Estado Islámico lo arrollaba todo. Y de ahí se desprende una verdad que no por evidente debe ser omitida: primero se descalabra la vida interna de un país vía su rutina económica y su dimensión financiera. Luego, debilitada la nación, se arrasa con todo.

Es, históricamente demostrado, un patrón de agresión fijo, que ha permanecido en el tiempo, que ha sufrido niveles de experimentación y ampliación de su radio, que se le conoce la devastación de sus efectos -y se promueven hasta sus últimas consecuencias- sin consideración humana alguna fuera del argot del marketing político.

Todo nuevo escenario represivo es un laboratorio humano, y la evolución de la guerra en Siria, los resultados en Libia, el antecendente yugoslavo, la carta centroamericana de la desaparición y la guerra irregular, la actualización en maras/paracos/trenes se orientan a la misma fractura civilizatoria.

En el marco de la guerra nos hicieron retroceder a una fase de pensar político pre-ideológica, hay una severa crisis de cartografía, dado que así como se llega, de facto, a la osamenta política gobierno-Estado-nación-contrato social, del mismo modo lo actual rebasa los confines del mapa, precisamente por falta de nombramiento e identificación de los rasgos sociales del proceso actual.

Algo que no le pasa a Moisés Naím, esa personificación venezolana del 1%, que actualmente concibe al poder como algo que «se conquista rápido, es más difiícil de mantener, y más fácil de perder», análogo a una partida de caballos, que, siguiendo esa lógica, siempre dependerá del ludópata. Pero algo de cierto tiene, Naím sí es indiscutiblemente un ideólogo, y uno avanzado. El poder político ahí es correlato de la lógica de la economía de casino, de la ultraespeculación, de la gran lavadora de activos universal.

Por eso para él Venezuela es un Estado fallido.

La guerra en todas partes

Según el jefe de las fuerzas armadas suizas, general André Blattmann, Europa está a un paso de la guerra civil. En otoño de 2015, el ejército suizo condujo unos ejercicios militares bajo el nombre códico «Connex 15». «El escenario asumía la desintegración de la zona económica europea y los países que hacen frontera con Suiza», reseñó el periodista polaco Konrad Stachnio.

Pero no todo se queda ahí: en la misma dirección han hablado el actual jefe del ejército sueco, general Anders Brännström, advirtiendo que en poco tiempo reventará una guerra en Europa, «contra un enemigo bien entrenado». Lo mismo el jefe del ejército noruego, que ya habló de tener que defender el país «hasta con las armas», mientras que soldados daneses se entrenan en situaciones de enfrentamiento en los que el adversario serían masas de inmigrantes.

Y es que no sólo el continente americano sufre la guerra de la plutocracia (Estados Unidos vive, también, su propio proceso interno de guerra contra su población). Las «democracias fuertes» de Europa, gracias en gran medida a la eurocracia de la Unión controlada por las élitas vía Goldman Sachs, pretenden sacarle rédito colateral a la militarización de la crisis de refugiados. Los atentados recientes en capitales occidentales, centros de poder global, describen a ese enemigo bien entrenado. Que además cuenta con las estructuras nunca desactivadas de la trama negra del Gladio.

Bashar Jafari, embajador de la República Árabe Siria ante la ONU y jefe de la delegación del gobierno en Ginebra, lo ha dicho demoledoramente: «Somos víctimas del terrorismo europeo». No refiriéndose exclusivamente al papel cómplice de gobiernos y servicios de inteligencia en su tránsito a lo largo de Europa, vía Turquía, hasta Siria. Sino de un hecho más sencillo: son ciudadanos europeos, es un terrorismo producto de la actual «fábrica social» europea. En perfecta colusión, además, con el auge de movimientos fascistas antimigrantes que se complementan mientras la izquierda, como Hamlet postmo, ni siquiera supera la discusión sobre el papel de la OTAN.

El proceso de desmantelamiento es general. En momentos en que se acabaron los territorios inexplorados, «no-capitalistas» según la categorización de Mihail Kazim aludiendo a los territorios que todavía no se explotan, todo se mueve dentro de lo que queda en materia de recursos, poder, fuerza bruta y población expuesta.

A lo que, como si no fuera suficiente, habría que agregarle una capa más dentro de la escala de peligros: todo conflicto actual es, a su vez, un proceso de blanqueo y legitimación de necesidades dentro del mercado (trasnacional) de armas.

Seth Ferris alega que todas las guerras del momento, sobre todo en las ofensivas encubiertas (Venezuela) o no declaradas abiertamente como intervención, se dan para que no se obstruya el sistema circulatorio del mercado de las armas. La mayoría de los conflictos restringidos a situaciones en apariencia muy focalizadas como Macedonia o el actual conflicto entre Armenia y Azerbayán apuntan en la misma dirección: blanquean el flujo de armas para que en los conflictos de mayor envergadura sigan fluyendo contratos y armas. Para colmo, elementos y parque desactualizado en relación a la oferta actual. Y donde fluyen las armas, fluyen los servicios de inteligencia interesados en ese tráfico.

Visto así, ¿cuánto se puede acoplar en este sentido a los recursos que al día de hoy manejan las organizaciones paracas en Venezuela, las mal llamadas megabandas?

Vivimos es una antesala. Reversible, sin duda. Pero definitivamente la consigna que tanto blandió el Foro Social Mundial de «globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza», en su fase de farsa, se traduce en «la lucha» globalizada, pero difícilmente con esperanza. Si acaso, somatizada.

El rumbo hacia ese vacío total es claro.

Ramos Allup lo sintetizó en una invitación al «buen morir». Ramos Allup sabe que en el lenguaje bélico está el preludio de la sangre. Ramos Allup no sabe qué vendría después del golpe.

El común denominador del «caos creativo» y la ingobernabilidad deliberada que force a que no se diriman políticamente las posiciones encontradas, sino que se desborden dentro de los elementos ulteriores de su propia conflictividad y sus propios incentivos foráneos, parecieran destacar una agenda en la que esa línea que cruza del Cabo San Román, atraviesa el Amazonas y culmina en Tierra del Fuego se rompa bajo la misma modalidad violenta.

Por: Diego Sequera

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