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Desde los inicios de nuestra emancipación del colonialismo español, los Estados Unidos, siempre favorecieron al imperialismo europeo y así, a pesar de tener la seguridad que obtendríamos nuestra libertad, apoyó siempre a la corona española, haciendo lo posible por retardar el proceso independentista mientras ellos adquirían el músculo suficiente para ocupar el espacio cedido por el colonialismo español y poder sustituirlo por el neocolonialismo yanqui. Así quedo evidenciado en hechos como los desplantes a la Junta Patriótica, el de los barcos norteamericanas Tigre y Libertad capturadas en 1817 cuando pretendían abastecer a la tropas colonialistas y ese interés yanqui fue también una de las razones que los motivó a formular su hegemónica doctrina Monroe en 1823, demostrando con ello sus planes imperiales al no reconocer nuestra soberanía, ni el derecho a nuestra emancipación ni mucho menos asignarnos alguna responsabilidad o albedrío en esta nuestra América.
Avanzado el siglo XIX, ya consolidado su poderío militar, le arrebata a México ingentes cantidades de territorio y ya a finales de ese siglo, interviene en Cuba, se anexa Puerto Rico y en el siglo XX, comienza su largo historial de invasiones e intervenciones en la América nuestra, llegando a la década del ochenta cuando se instaura el neoconservadurismo en el mundo occidental, y finaliza la guerra fría.
Se trata aparentemente de una victoria definitiva del capitalismo sobre el socialismo, y entramos en la última década del siglo XX, cuando sucede la desintegración de la Unión Soviética y cunde el triunfalismo en el mundo capitalista y la desmoralización y desbanda en el mundo socialista. A nivel de Estados sólo se mantuvieron dentro del comunismo honorables excepciones como Cuba, Vietnam y Corea del Norte, las cuales vale la pena resaltar por su ejemplo, constancia y moral. Las demás ex repúblicas socialistas y comunistas comenzaron su dolorosa transición al capitalismo, para adecuarse al nuevo orden mundial que pretendió imponer la potencia hegemónica que surgió de ese período: los Estados Unidos.
Este país, intolerante y violento, devenido ahora en la cabeza del mayor imperio que ha conocido la humanidad, no asumió su nuevo rol de manera humilde, conciliadora, tolerante, humanitaria o pacifista. Todo lo contrario, como es lo normal en su carácter mesiánico, diseño un mundo a la medida de sus intereses y valores y comenzó a tratar de implantarlo a sangre y fuego: condujo incursiones violentas en Sudán, las guerras del golfo y la invasión en Afganistán; con respecto a la América nuestra, impuso medidas fondo monetaristas y pretendió monopolizar el comercio con propuestas como el Alca y los TLC bilaterales, siempre en el afán de dominar de nuestra región como lo seguiremos viendo en la próxima entrega.