Opinión / Jesús Faría
En las últimas semanas se ha producido un descenso sostenido de los precios petroleros en los mercados internacionales. La canasta venezolana pasó de US$/b 100 en junio de este año a US$/b 77 la semana pasada. Este comportamiento obedece, por una parte, a la crisis del capitalismo, que proyecta una menor demanda o, al menos, un muy débil crecimiento de la demanda mundial de petróleo.
Por otra parte, se observa un incremento de la producción petrolera mundial y de los inventarios de crudo en los centros de consumo energético. En cuanto a la mayor producción, resalta el petróleo de esquistos bituminosos en los EEUU y la mayor oferta de países de la OPEP.
Es probable que la caída de los precios se estabilice en un rango cercano a los US$/b 80, si la OPEP ajusta la producción a las nuevas condiciones del mercado. A ello contribuirá que el petróleo con los mayores costos de producción se hace poco rentable a esos precios (incluido el de esquistos).
Sin embargo, no se puede descartar un comportamiento más turbulento del mercado, como resultado de la agudización de una guerra de precios y, fundamentalmente, del deterioro de la debilitada economía mundial.
La variable petrolera es de gran importancia para nuestro país, en razón del rasgo petrolero que exhibe nuestra economía desde los años 30 del siglo pasado. Esto impone cautela en la planificación económica y explica, entre otras cosas, el cálculo del precio del petróleo en US$/b 60 dentro del presupuesto nacional del 2015.
Obviamente, un deterioro extremo del precio del petróleo impactaría negativamente a nuestra economía, pero aún en esas condiciones protegeríamos al pueblo venezolanos ante esos efectos.