Opinión

6.Feb.2018 / 10:22 am / Haga un comentario

Celso Amorim

Por: Celso Amorim

Un manifiesto lanzado a mediados de diciembre por un pequeño grupo de personas preocupadas con el destino del País, bajo el título “Elección sin Lula Es Fraude” (“Eleição sem Lula É Fraude”), en la víspera del juicio por el TRF4 (Tribunal Regional Federal 4) del recurso interpuesto por la defensa del ex presidente, había alcanzado 200 mil firmas (en el momento en que escribo, ese número está cerca de 230 mil). Entre los subcritores se encuentran muchos nombres ilustres, algunos de ellos de gran repercusión popular.

En Brasil, escritores como Raduan Nassar y Milton Hatoum, artistas de diversas áreas, como Chico Buarque, Caetano Veloso, Sônia Braga, Beth Carvalho, Wagner Moura, Kleber Mendonça y Ernesto Neto, así como también académicos y científicos de renombre nacional e internacional, firmaron la petición. Fuera del País, la lista es igualmente amplia y representativa. De Noam Chomsky a Costa Gavras, pasando por Oliver Stone y Danny Glover, personalidades reconocidas como respetables, adhirieron al documento.

En un mundo político, ex presidentes sudamericanos (Cristina Kirchner, José Mujica, Ernesto Samper y Rafael Correa), así como también antiguos primeros ministros de países europeos (Massimo D’Alema, José Luis Zapatero, con sus firmas expresaron el repudio a la tentativa de impedir la candidatura del ex presidente Lula. Otras figuras importantes de la política europea, como Jean-Luc Mélenchon, de Francia y Yanis Varoufakis, de Grecia, subscribieron el manifiesto.

Entre nosotros, todos los gobernadores del campo progresista y tres de los potenciales candidatos a la Presidencia (Manuela D’Avila, Guilherme Boulos y Aldo Rebelo) se juntaron a innúmeros parlamentarios y militantes en la denuncia al complot para impedir el camino de vuelta de Lula al Palacio del Planalto. Tuvieron la misma actitud líderes sindicales (brasileños y mundiales) y de los movimientos de afrodescendientes y de mujeres. La relación de los que expresaron su inconformidad con el proceso político policial judicial a que está siendo sometido el ex presidente es inmensa y variada, mucho más allá del espacio de este artículo.

Sin embargo, dos casos son emblemáticos y merecen referencia, por remitirnos a otras situaciones que, metafóricamente, se están reproduciendo en la presente agonía. Se trata de Daniel Ellsberg, el principal responsable por la fuga de información de los célebres Pentagon Papers y los hijos de Julius y Ethel Rosenberg, la pareja que llevaron a la silla eléctrica en Estados Unidos, en la época del macartismo.

En el primer caso, la “metáfora” tiene que ver con la desconstrucción de la falsa narrativa producida por el gobierno norteamericano sobre la Guerra de Vietnam, desde la supuesta amenaza de expansión china hasta el mito de la defensa de la democracia y el ocultamiento de los bombardeos a otros países de la antigua Indochina francesa. Fue la publicidad que se les dio a los papeles secretos del Pentágono, a los cuales Ellsberg tuvo acceso como investigador de Rand Corporation (un think tank que trabajaba en estrecha cooperación con el Departamento de Defensa), que realmente marcó el “inicio del fin” de la intervención militar americana en aquel país del Sudeste Asiático.

Evidentemente, las protestas de jóvenes, movidos por idealismos y por el temor de una muerte sin gloria, habían empezado antes y fueron apoyados por intelectuales y activistas (entre ellos Noam Chomsky), en el propio EE.UU. y en el resto del mundo. Pero fueron los “papeles del Pentágono” que revelaron a la elite con influencia sobre los tomadores de decisión, el rol de mentiras sobre las cuales reposaba la versión oficial de Washington sobre la guerra.

Fueron necesarios más de tres años para que el conflicto llegase al punto final, con el derrocamiento militar de las tropas americanas y el abandono forzado de la tesis kissengeriana, abrazada por Richard Nixon, sobre una imaginaria y falsa “paz con honor”. La destrucción de la falsa narrativa, gracias a la valiente decisión de Daniel Ellsberg, fue, sin embargo, un factor decisivo para abreviar lo que parecía ser una guerra sin fin y sin propósito.

Hasta qué punto se puede esperar que algún Daniel Ellsberg denuncie la trama diabólica para impedir el ideal de un país justo e independiente, representado por los gobiernos petistas (pese a los eventuales errores que puedan haberse cometido) es una cuestión pendiente. Y como hay prisa, cuando ello ocurra tal vez sea demasiado tarde para impedir que una “elección sin Lula” lance al País en un caos social y político de difícil regreso y en un largo período de oscuridad, que nos hará recordar a los peores tiempos de la dictadura.

Esa reflexión me lleva a otra metáfora, relativa a la “pérdida irreparable”, simbolizada por la ejecución en la silla eléctrica de la pareja Rosenberg, acusada de pasar secretos relativos a armas nucleares a la Unión Soviética. En aquella época, el caso provocó una conmoción mundial, debido a la insuficiencia de las pruebas y a la evidente “escenografía” de las autoridades americanas para acusar a la pareja.

Incluso historiadores revisionistas, que admiten la simpatía y también alguna cooperación con Moscú, están de acuerdo que la pena capital fue exagerada e injusta y que la seguridad de Estados Unidos nunca estuvo en riesgo. Obviamente, el presidente Lula no será ejecutado físicamente y, si prevalece un mínimo de sentido común entre los miembros de la más alta Corte, ni siquiera preso.

Pero el objetivo de “ejecutarlo” políticamente es tan transparente que nos hace temer por la suerte de la democracia brasileña. Normalmente, los errores judiciales, en el mundo real (como en el célebre Caso Dreifus) o en la ficción (como en los Hermanos Karamazov, de Dostoievski), afectan a uno o dos individuos e indirectamente, a sus familiares y a otras personas cercanas, aunque puedan tener repercusión nacional e internacional.

En el presente caso, sin embargo, el ente perjudicado, además del ciudadano Luiz Inácio Lula da Silva, es el propio País. Si la confabulación para impedir que Lula sea candidato en las próximas elecciones tiene éxito, la democracia brasileña sufrirá una “pérdida irreparable”.

Generaciones enteras serán privadas de vivir en una sociedad más justa y con armonía, en que negros y blancos, mujeres y hombres (independientemente de preferencias sexuales), así como también personas con distintas creencias religiosas o filosóficas, puedan usufructuar, en igualdad de condiciones, de los frutos del progreso, al mismo tiempo que se enorgullezcan de vivir en una país altivo y soberano, empeñado en la Paz y en la prosperidad de todas las naciones.

 

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