Opinión

4.Oct.2021 / 04:23 pm / Haga un comentario

 

 

POR: Jimmy López Morillo

Sin apelar a exhaustivas investigaciones, cualquiera puede contar las escasas veces en las cuales las oposiciones venezolanas  han  mantenido ciertos niveles de unidad.

Si bien el odio a todo lo que representa el chavismo (como categoría aglutinadora de la gran mayoría de los sectores populares), es el cordón que amarra a las clases dominantes durante la IV República, desplazadas del poder por nuestro comandante Hugo Chávez, nunca han podido darle expresión práctica a tal sentimiento, desarrollando conceptualmente una estrategia política que por rutas constitucionales les permita aspirar a la conquista del Gobierno.

Esa falta de organicidad, más allá de la obsesión por llegar al Palacio de Miraflores a cualquier costo, además de la desbordada ambición de su dirigencia, entre otras causas, les ha impedido convertirse en verdadera alternativa de poder, a pesar del incondicional respaldo de los genocidas de Washington, de la burguesía nacional y transnacional y sus corporaciones mediáticas, poniendo a su disposición una descomunal cantidad de recursos.

Sin embargo, en medio de todo ese despelote interno como producto de los egos desbordados, de la desmedida avaricia de sus líderes, han gozado de algunos instantes en los cuales pudieron concretar algunas concordancias en función del único objetivo que los mueve: el aniquilamiento total de la Revolución Bolivariana.

Sin dudas, el momento en el cual las oposiciones consiguieron mayor coherencia interna y poder de convocatoria, fue el que desembocó en los hechos de abril del 2002, cuando inclusive asaltaron el Gobierno por escasas horas. Aquella “unidad”, pudo apreciarse sobre todo en los alaridos de los chacales que asistieron al Salón Ayacucho del Palacio Presidencial a darle un zarpazo a la Constitución Nacional y a todos los Poderes Públicos.

No les duró mucho, como ya se sabe. El pueblo, que sí estaba verdaderamente unido, apenas unas horas después les hizo pegar la gran carrera y abandonar lo que por brevedades habían usurpado. Aunque intentaron recuperarse ese mismo año con el “goteo” de militares en la plaza Altamira y el paro terrorista de la industria petrolera, no pudieron levantar cabeza.

Lograron a “unirse” de nuevo para las elecciones parlamentarias del 2015, cuando cabalgaron sobre la brutal guerra económica desatada por el imperialismo estadounidense, la burguesía parasitaria, los comerciantes y, por supuesto, los mercenarios de la comunicación, para obtener una mayoría circunstancial en la Asamblea Nacional.

Fue aquella la campaña sustentada en la promesa de “la última cola”, luego de que la alianza macabra hizo desaparecer de los estantes y anaqueles la gran mayoría de los productos de primera necesidad, comenzando por los alimentos, propiciando además la propagación de una aberración que se mantiene hasta nuestros días, el “bachaquerismo”, e induciendo una bestial hiperinflación, la cual continuamos padeciendo, porque el asedio se ha intensificado.

La “unidad” entonces se centró desde el Parlamento en el mismo objetivo sedicioso de siempre. Todos sus movimientos desde el Poder Legislativo se orientaron a partir de enero del 2016, a  derrocar al gobierno del presidente legítimo y constitucional de la República, Nicolás Maduro Moros.

 

Unidos para saquear

Hay otro elemento en el cual se aglutina la derecha venezolana como parte de su ADN: su servilismo, su rastrera posición entreguista a los intereses del imperio estadounidense, traicionando  impúdicamente al país que los vio nacer.

Bajo esa tara genética, esa condición de apátridas, acataron las órdenes de los genocidas de Washington de autoproclamar a un imbécil  como “presidente” de un país de fantasías en enero del 2019. Como parte del mismo plan, desde la Casa Blanca, contando con la aquiescencia  de sus mandaderos internos y externos, acentuaron su asedio a nuestra patria “congelando”, bloqueando o simplemente apropiándose descaradamente de los activos del Estado venezolano en el exterior.

Buena parte de los recursos producto de la expoliación de esos activos, los colocaron –como carroña echada a los buitres- a la disposición de la voracidad depredadora de lo que en términos policiales podría considerarse un Grupo Estructurado de Delincuencia Organizada (GEDO), integrado por la banda terrorista Voluntad Popular, Primero Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo (el tristemente célebre G-4), comandados por Leopoldo López (el pelele autojuramentado es solo su instrumento, si bien ello no disminuye su condición de ladrón de altos vuelos), el delincuente internacional Julio Borges, el dinosaurio Henry Ramos Allup y su carnal Manuel Rosales, quienes no tardaron en dar inicio al saqueo del botín puesto en bandeja de plata por sus amos imperiales.

Así, hemos asistido a la unión maquiavélica de estos cabecillas de una megabanda de asaltantes, que en poco más de dos años han vaciado las arcas de la joya de la corona, la refinería Citgo, de Monómeros, empresas que han llevado a la quiebra, además de cientos de millones de dólares esquilmados por otras vías.

Inexplicablemente, todos ellos permanecen en libertad, incluyendo el pelele autoproclamado, a pesar del gigantesco clamor popular exigiendo que cese la impunidad y pague por sus delitos.

 

Unidos para la desbandada

Como una suerte de paradoja, aunque cada quien ha tomado por su lado a la hora de pegar la gran carrera que se está evidenciando en las últimas semanas en este grupo delincuencial, la mayoría de quienes emprenden la huida se han unido al momento de echarle excremento a la célula terrorista liderada por el psicópata Leopoldo López.

Y he aquí otro elemento que une en su fracturado deambular a las oposiciones venezolanas: el cinismo, su desfachatada capacidad para intentar deslindarse de responsabilidades, cuando han sido pillados con las manos en la masa, con el producto de sus fechorías encima. Son ellos quienes con mayor frecuencia entonan la canción “Yo te lo juro que yo no fui”.

Ya hemos visto cómo Primero Justicia, cuya complicidad en el saqueo de los activos venezolanos en el exterior es pública y notoria, ha salido a jurar que ellos jamás de los jamases han metido sus manos inocentes en ningún guiso; que en todas las reuniones en las cuales en Monómeros se despachaban y se daban el vuelto, sus representantes casualmente habían salido a comprar kerosene y no se habían enterado de nada; que de Citgo, ellos no tienen ni la más mínima idea, pues su gente se quedó varada en Disneylandia.

Ni se diga del inocentico Julio Borges, quien ahora resulta que aun cuando vive a cuerpo de rey en Bogotá, como huésped de honor del gobierno de la dupla narcoparaca Uribe Vélez-Duque, jamás ha puesto un pie en Monómeros, cuya dirección no conoce y, debe aclararse, aunque es el pseudocanciller del fantasioso “gobierno” del autoproclamado, nunca ha conocido a éste personalmente y, en consecuencia, en ningún momento han cruzado una palabra, un guiño de ojo, una seña disimulada, un chistecito por mensaje de texto o whatsapp.

Como él, hay muchos, muchas, que luego de haberse enriquecido impunemente, ya se han montado en sus caballos para unirse a la desbandada.

Y, valga la lápida: como otra expresión de esa fracturada oposición (que en lo electoral también tiene abundante material, pero ese es tema para otra crónica), al “interino” ya casi nadie lo llama “presidente”.  Ya para qué.

 

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