Opinión / Noticias / Clodovaldo Hernández

18.Jun.2017 / 11:30 am / Haga un comentario

Foto: Referencial

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Hay factores comunes en las guarimbas de los Altos Mirandinos, El Paraíso, Montalbán y Candelaria. En primer lugar, son enclaves de clase media-media flanqueados por zonas populares. En segundo término, las acciones han sido particularmente violentas contra los organismos de seguridad del Estado y los militantes o simpatizantes de la Revolución. En tercer lugar, en voz baja (no hay otra manera), los vecinos comentan que los “muchachos de la resistencia” son, en realidad, pandillas de jóvenes y adolescentes que, desde tiempos infantiles, han tenido una conducta irregular.

“Malandros de urbanización”, dice mi segunda politóloga favorita, Eva Ritz Marcano, sin reparar en los eufemismos recomendados por la Ley Orgánica de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes (Lopnna), que manda a llamarlos “jóvenes en conflicto con la ley penal”. Eva resume las características de tales especímenes de la etnografía urbana: “Muchos de estos jóvenes son desertores escolares, han sido repitientes habituales o han tenido que ser cambiados una o más veces de colegio, por bajo rendimiento o por tener expedientes de violencia escolar –explica–. Algunos, incluso, ya pasaron largo de la adolescencia, tienen veintitantos o hasta más de treinta y no se les conoce oficio. Para sus padres son, sencillamente, incontrolables”.

Y sigue la politóloga: “Otra característica común es que muchos son consumidores de alcohol y de drogas, lo que los hace fáciles víctimas de los reclutadores, ya que esos dos elementos abundan en las manifestaciones. Unos cuantos de esos chicos van a quedar muy dañados, después de estos días demenciales, y van a necesitar tratamientos de rehabilitación, especialmente los que han caído en las garras del captagón y otras drogas de diseño”.

La experta, quien ha hecho un auténtico levantamiento antropológico, señala que la relación de algunos de estos jóvenes con la droga no es propiamente de meros consumidores, pues también hay microtraficantes que, por lógica mercantil, tienen vínculos con las bandas criminales que controlan ese negocio ilícito en la respectiva zona.

No es raro que ciertos personajes estén incursos en otros delitos, como robo o desvalijamiento de vehículos (muchas veces dentro del mismo edificio o urbanización), riñas, lesiones, violencia intrafamiliar y sexual. Con tales características, es lógico que los otros padres y las otras madres de estas zonas hayan procurado siempre mantener a sus hijos e hijas lejos de tales compañías… Al menos hasta ahora, cuando algunos de estos “mala conducta” se han convertido en “libertadores”.

Y es allí donde el análisis de la experta en Ciencia Política deriva hacia la culpa de los adultos. Dice ella que al glorificar las acciones vandálicas de estos chicos (y no tan chicos), los mayores han creado una presión social tal que ha obligado incluso a “buenos muchachos” (estudiantes y trabajadores) a sumarse a las protestas violentas, para no quedar como parias en su propio medio social.

Eva estuvo recientemente en la periferia de una de las manifestaciones de Lechería y allí un joven guarimbero le confesó que participaba en esos bochinches “por amor”. La investigadora, poniendo su mejor cara de pendeja, le preguntó: “¿Amor a Venezuela?”, y el chico le respondió: “¡No, chica, por amor a Jennifer del Valle, mi novia!”. Luego le explicó que la familia de la muchacha le dio un ultimátum: o se sumaba a “la resistencia” o iban a pensar que, una de dos, o era cobarde o era chavista. El pobre salió de inmediato a preparar su puputov.

Clodovaldo Hernández / clodoher@yahoo.com

 

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