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14.Oct.2023 / 05:54 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

La guerra no siembra flores, incluso cuando se intenta enmascarar su ferocidad encubriéndola con retórica “humanitaria”, como suelen hacer los medios de comunicación que acompañan las agresiones imperialistas, especialmente en Europa. Para prepararlas, desorientan el potencial militante de quienes deberían impedirlas con la lucha de clases (“Guerra a la guerra”, se gritaba en las manifestaciones de los años 70), en nombre de un “pacifismo” que, sin la abolición de la desigualdad – por lo tanto sin un cambio en el equilibrio de poder y de gobierno – sólo significa, como dijo Chávez, la “paz de la tumba” para las clases populares.

Sucede así que esos mismos cantantes del “pacifismo” se dedican a “votar créditos de guerra”, como ocurrió en la Alemania guillermina el 4 de agosto de 1914, cuando el Partido de la Socialdemocracia Alemana (SPD) dijo sí a la emisión de bonos de deuda pública para financiar gastos militares, creando una ruptura dramática con los principios del internacionalismo.

Vale la pena recordar que, en aquel momento, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, los oponentes intelectual y políticamente más autorizados contra esa votación y sus consecuencias, fueron asesinados en una operación cuya cadena de mando estaba en manos de aquellos dirigentes del SPD que tenían eso voto muy deseado.

Hoy, los herederos (cada vez más diluidos) de esa socialdemocracia, siempre dispuestos a encarcelar a quienes organizan la lucha de clases estigmatándolos como “violentos”, se dedican a la extensión de un “pacifismo bélico”, el del “imperio del bien”, en guerra “humanitaria” contra el “imperio del mal”.

Kautsky, la voz más autorizada del SPD, para convencer a los refractarios de su partido, aconsejó condicionar el voto favorable en el Parlamento a garantías sobre el tipo de guerra que se libraría: defensiva y no ofensiva. Sin embargo, al día siguiente, el canciller Bethmann Hollweg hizo borrar la referencia a la guerra defensiva de la declaración que se leería en la cámara. Por tanto, el voto socialdemócrata se convirtió en una aceptación supina del imperialismo guillermino.

Hoy, los Kautsky modernos, que durante mucho tiempo han estado acogidos bajo el paraguas de la OTAN y plenamente convencidos de que no hay alternativas al capitalismo y a la economía de guerra que lo sustenta, predican la posibilidad de una intervención “quirúrgica” contra los objetivos elegidos por el amo del Norte, y la aceptación de los correspondientes “daños colaterales”.

El 24 de marzo de 1999, la feroz agresión unilateral contra la entonces República Federal Yugoslava de Serbia y Montenegro, por parte de una coalición de países pertenecientes a la OTAN, fue apoyada por gobiernos “progresistas”: D’Alema en Italia, Blair en Gran Bretaña, Schroeder en Alemania y Clinton en Estados Unidos. Todos justificaron esa guerra por razones “humanitarias”, la primera de las cuales habría sido la de proteger a la minoría albanesa.

Italia, entonces dirigida por un exponente de la socialdemocracia europea, concedió sus bases militares dirigidas por la OTAN (Istrana, Ghedi, Aviano) desde donde partían los cazabombarderos y descargaban sus bombas sobre Belgrado y las posiciones serbias en Kosovo cada noche. Más de 500 civiles murieron al instante, y miles de muertes se sumaron durante los setenta y ocho días de bombardeos y posterior destrucción de la antigua Yugoslavia, durante los cuales las fuerzas multinacionales miraron para otro lado mientras los milicianos del UCK mataban o secuestraban a civiles, destinados al tráfico de órganos en Kosovo y Metohija.

Fue la primera guerra europea desde 1945, el primer bombardeo aéreo de una capital europea, Belgrado, desde la derrota del nazi-fascismo. Una guerra que violó el derecho internacional y, en lo que respecta a Italia, también el artículo 11 de su constitución. Se libró en nombre de la “comunidad internacional”, paraguas detrás del cual se justifican desde entonces agresiones militares y nuevos tipos de guerras, como la polifacética desatada contra Venezuela con “sanciones”.

En Italia, activistas y familiares de las víctimas han denunciado desde entonces las consecuencias del uso del uranio empobrecido, utilizado durante aquellos bombardeos de la OTAN, en las “misiones humanitarias” que siguieron en Irak, Somalia o Afganistán, pero también en los campos experimentales de Cerdeña. en concesión a la OTAN y también a grupos privados. En los tres emplazamientos de Salto di Quirra, Capo Teulada y Capo Frasca, miles de soldados han manifestado patologías sospechosas al regresar de misiones en el extranjero o después de haber servido en los campos de tiro, y muchos han muerto.

Sólo en Italia murieron unos 500 soldados y otros 8.000 se enfermaron gravemente después de la exposición al uranio empobrecido durante los bombardeos de la OTAN. El uso de uranio empobrecido –dicen las asociaciones– es un delito desconocido y no reconocido, extremadamente peligroso para la población civil y el ecosistema, ya que se necesitarían siglos para limpiar las zonas afectadas, donde siguen naciendo personas y animales deformes y enfermos.

Las armas perforantes que contienen uranio empobrecido (bombas o granadas de tanque) siguen en posesión de varios países del mundo, a pesar de las controversias sobre la “legalidad” de su uso en escenarios bélicos pasados. Londres ha decidido suministrarlos a Ucrania y Washington ha decidido hacer lo mismo. Por tanto, los territorios afectados seguirán contaminados durante muchos años después del fin del conflicto. Pero en el negocio que se está preparando y en la perspectiva de la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, también se tendrán en cuenta las gigantescas operaciones de “limpieza”.

“No somos más que pequeñas cruces en la pantalla de sus ordenadores, sólo somos elementos de sus videojuegos”, afirmó el poeta serbio Matija Bečković. En Italia, en las zonas empobrecidas, por la destrucción de las economías locales, las bases militares de la OTAN, a pesar de los peligros que presentan para la salud de las personas y del territorio, son a menudo vistas como una oportunidad de trabajo y bienestar.

La naturaleza y los intereses del imperialismo, el arma del chantaje y la mentira contra los pueblos que deben ser esclavizados, siguen siendo los mismos que denunciaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo cuando se opusieron a los créditos de guerra. La fuerza necesaria para combatirlo surge también de la claridad de los riesgos que hay que asumirse, como estamos viendo hoy en Palestina.

Por Geraldina Colotti, Resumen Latinoamericano

 

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