Opinión / Noticias / Clodovaldo Hernández

21.May.2017 / 10:03 am / Haga un comentario

Clodovaldo

La clase media opositora vive unas contradicciones que llegan al extremo del dramático desorden de la bipolaridad, dicho sea con el respeto que merecen los pacientes de ese mal.

Por ejemplo, pregúnteles usted a varias personas de ese estrato económico-político qué temas le preocupan más en la educación de sus hijos y muchas dirán, con aire reflexivo, que entre los primeros motivos de angustia está la violencia escolar, cuya manifestación de moda (aunque muy lejos de ser la única) es el llamado bullying.

Sin embargo, es difícil encontrar conductas más auspiciadoras de la violencia y el bullying que las asumidas por la oposición desde el pasado abril, con el respaldo de madres, padres, abuelas, abuelos, tías y tíos y -¡huy!- docentes de la clase media opositora.

Es prácticamente un caso de El doctor Jekyll y míster Hyde: los mismos señores que organizan seminarios y realizan jornadas de reflexión sobre la necesidad de la tolerancia y el respeto entre pares en las aulas, las canchas y otros espacios escolares, de pronto se presentan públicamente como coautores intelectuales de disturbios, quemas, lanzamiento de molotovs, uso de excrementos como armas y, por si todo eso fuera poco, agresiones colectivas contra adversarios políticos verdaderos o presuntos.

Después de estos días de locura generalizada de la clase media opositora, ¿con qué autoridad moral pueden las mamás, los papás, las profesoras y los profesores exigir respeto en el hogar y en el centro educativo, donde ellas y ellos son la autoridad establecida, es decir, el rrrrégimen o, incluso, según opinarán algunos chamos, la dictadura, la tiranía?

Luego de varias semanas calificando de héroes a “los muchachos” que queman vehículos, ponen guayas, derraman aceite, lanzan molotovs y frascos de caca, es de esperarse que esos “combatientes por la libertad” y los aspirantes a emular sus hazañas (los hermanitos, los primitos) pretendan aplicar parecidos medios de lucha en los otros ámbitos de sus intrépidas vidas.

No será la primera vez. Luego de las guarimbas de 2014, en un afamado colegio privado de Caracas tuvieron que suspender las clases por tres días porque los estudiantes de cuarto y quinto año (puros querubines de papi y mami) armaron algo parecido a un motín carcelario en el que incluso algunos docentes tuvieron que correr por su vida. Quién sabe cuántos hechos similares ocurrieron en otros encumbrados institutos, sin que haya trascendido mucho.

En esta ocasión, la perspectiva es todavía peor, pues la violencia esta vez ha sido todavía más directa y sin ningún tipo de tapujos.

Hay que ponerse en el lugar de los niños y jóvenes. Si para mis figuras de autoridad está bien caerle en cayapa a un compatriota en una calle de una ciudad extranjera; si es aplaudible que yo les lance mis heces a un funcionario de seguridad, ¿por no puedo yo, niño o adolescente, hacer lo mismo con algún compañero demasiado “gallo” o con el vigilante del colegio, sobre todo si tiene pinta de tuki, de chavista o de ambos inclusive?

Ni hablar del peligro obvio de que la violencia netamente política se haga viral, como se acostumbra decir en estos tiempos digitales, entre las nuevas generaciones, lo cual ya, de por sí, es una aberración. Las hijas y los hijos de cualquier persona que milite o simpatice con la Revolución  y que cursen estudios en institutos privados (sean de alta gama o de medio pelo, no importa), corren gravísimo riesgo de sufrir cualquier abuso a manos de sus propios compañeros, y la culpa no será tanto de estos últimos, sino de los adultos que han legitimado las prácticas del linchamiento y la intimidación pública.

Tal vez cuando eso ocurra, los adultos intoxicados de odio vuelvan a aplaudir y a darles loas a sus “muchachos”, pero ¿qué pasará cuando toda esa antiescuela se vuelva contra alguien de la propia familia o de su mismo bando político?

¿Será necesario esperar al día en que alguna criatura defeque en la sala de la casa de la abuela para darse cuenta de cuán equivocadas fueron las lecciones de este tiempo de enajenación?

Clodovaldo Hernández / clodoher@yahoo.com

 

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