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16.Abr.2024 / 11:36 am / Haga un comentario


Por: Geraldina Colotti

El régimen sionista, como sabemos, aprovecha su papel de víctima perenne para imponer, con la política de hechos consumados y gracias a su papel de policía de los EE.UU. en Medio Oriente, cualquier violación de los derechos humanos y de la legalidad internacional: empezando por con una ocupación criminal que, desde 1948, ha expropiado y expulsado al pueblo palestino en una sucesión de masacres, que hoy culminan en el genocidio que ha matado a más de 30.000 personas, un tercio de ellas niños.

Esta vez, sin embargo, Netanyahu estableció otro récord, llevando a cabo un acto de agresión sin precedentes: el ataque aéreo contra el consulado iraní en Damasco, Siria, que el 1 de abril mató a 16 personas, entre ellas dos generales de los Guardianes de la revolución. Una nueva escalada de la provocación en Teherán, para ampliar el conflicto en Oriente Medio, tirando de la chaqueta a Estados Unidos y sus aliados europeos -Francia, Gran Bretaña y Alemania-. Irán declaró que ejercería su derecho a la autodefensa y “castigaría al diabólico régimen sionista”.

La tarde del día 13, Irán lanzó decenas de misiles y drones “contra objetivos específicos dentro de los territorios ocupados”: en respuesta “a los numerosos crímenes cometidos por el régimen sionista”, en particular el ataque contra la sección consular en Damasco. Ese mismo día por la mañana, las fuerzas especiales marítimas de la Guardia Revolucionaria iraní se habían apoderado del portacontenedores MSC Aries, a unos cien kilómetros al norte de la ciudad emiratí de Foujeyra. Un barco que enarbola bandera portuguesa, pero que pertenece a la empresa Zodiac la cual – como afirmó la agencia de prensa iraní Irna – “pertenece al capitalista sionista Eyal Ofer”.

Tras el golpe asestado por la resistencia palestina al régimen ocupante, el 7 de octubre, y el inicio del genocidio planeado por Netanyahu, se produjeron numerosos ataques contra barcos que transitaban por el Mar Rojo y el Golfo de Adén, con destino a Tel Aviv o comerciando con “Israel”. Los ataques siempre fueron reivindicados por las milicias hutíes yemeníes, mientras que esta vez Teherán quiso marcar una respuesta simétrica a un ataque directo: la primera desde la imposición de la entidad sionista en la región, en 1948.

Netanyahu y sus aliados europeos, encabezados por Estados Unidos -Francia, Gran Bretaña y Alemania- cuyos embajadores fueron convocados por Teherán, admitieron haberse opuesto directamente a los misiles iraní. Un ataque masivo pero deliberadamente demostrativo que, según el periódico israelí Yedioth Ahronoth, para ser repelido requirió el uso de misiles de defensa aérea que costaron mil millones de dólares. Estados Unidos ya está decidido a compensar “el gasto” enviando nueva ayuda militar, que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes quiere acelerar.

Aviones estadounidenses, británicos y franceses despegaron del portaaviones Eisenhower y de la base aérea de Chipre para interceptar drones iraníes en el espacio aéreo iraquí y sirio. Los países de la OTAN admitieron su participación directa y declararon que habían destruido más de una cuarta parte de las armas utilizadas por Irán. Una intervención – dijeron – solicitada por Jordania, aliado de los EE.UU., que también hizo su parte, y que – es la advertencia iraní – si sigue “cooperando” con Netanyahu será “el próximo objetivo”.

Irán ha advertido a Estados Unidos, que por ahora parece decidido a apretarle la correa a su “perro rabioso”, que no intervenga para ampliar el conflicto. De lo contrario, habría consecuencias para las bases estadounidenses en la región, así como para los aliados del régimen sionista, que está ansioso por arrastrar a sus padrinos a un conflicto directo.

Irán respondió entonces al secretario de la ONU, Antonio Guterres -que habló de una “escalada devastadora”- que había ejercido “el derecho a la autodefensa”, establecido en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, y advirtió a Netanyahu que no hiciera “más locuras” o la reacción será “mucho más severa”.

China y Rusia también defendieron en la ONU el derecho de autodefensa de Irán, mientras que los países del Alba expresaron su “profunda preocupación por la escalada de violencia en Oriente Medio”, condenaron “una vez más el genocidio perpetrado por Israel contra Gaza” y repitieron el llamamiento “al Consejo de Seguridad de la ONU para que imponga un alto el fuego”.

Irán – declaró el portavoz de la Cancilleria, Naser Kanani, durante la rueda de prensa semanal – es una potencia que garantiza la seguridad, no busca desarrollar tensiones en la región y respeta las normas internacionales, y “siempre actuará para disuadir y castigar cualquier agresor.” Su acción, “necesaria y proporcionada”, dirigida a “algunos objetivos militares del régimen sionista”, se debe a la inacción del Consejo de Seguridad y al comportamiento irresponsable de EE.UU. y algunos países europeos tras el ataque a la sede diplomática iraní.

Los medios occidentales, sin embargo, han puesto el énfasis sólo en la reacción iraní, ocultando la enormidad del episodio desencadenante en términos de derecho internacional y sus implicaciones para elevar aún más el nivel del conflicto hacia una guerra mundial. Sin embargo, a pesar de la ansiedad generalizada por demostrar la eficacia de la “respuesta de Israel”, se ha filtrado la importancia de una acción “técnicamente perfecta” llevada a cabo por Teherán: tanto a nivel organizativo (los largos tiempos de alerta y los objetivos previstos), como a nivel político (una exhibición de dignidad y sabiduría), y a nivel de las relaciones internacionales, que indican la redefinición de las alianzas geopolíticas hacia un mundo multicéntrico y multipolar.

A nivel militar, Teherán atacó la base aérea israelí situada en el desierto del Néguev, la más importante de la fuerza aérea sionista, desde donde despegaron los drones que mataron a los generales iraníes en el consulado de Damasco. Una respuesta similar fue dirigida contra la base aérea estadounidense de Al-Asad en Irak tras el asesinato del general Qassem Soleimani. El comandante de la Guardia Revolucionaria iraní fue asesinado en el aeropuerto internacional de Bagdad en enero de 2020. Un asesinato ordenado por el entonces presidente estadounidense, Donald Trump, y llevado a cabo mediante misiles lanzados desde un dron estadounidense que partía desde esa base.

Ese asesinato provocó una ola de indignación entre los pueblos del Sur, confirmando una vez más por qué la política estadounidense ha producido resultados opuestos a los deseados por Washington, por qué ha provocado resistencia en lugar de aquiescencia. Por esta razón, el imperialismo estadounidense utiliza medios poderosos para construir una “legitimidad” para la intervención militar, mostrando a lo sumo una diferencia de “estilo” dependiendo de si los demócratas o los neoconservadores gobiernan Estados Unidos. En este segundo caso, la estrategia prosionista de los neoconservadores parecerá más directa, como ocurrió durante las invasiones estadounidenses de Afganistán (2001) o Irak (2003).

Momentos determinantes para comprender los cambios que se produjeron en la región tras la caída de la Unión Soviética, y que desembocan en la guerra sin cuartel entre el comunismo y los representantes del gran capital internacional en el siglo XX. En Afganistán, la CIA comenzó a financiar operaciones encubiertas para apoyar al extremismo islámico contra el gobierno comunista de Kabul desde la época de Jimmy Carter, en julio de 1979.

Con la llegada de Reagan a la Casa Blanca en 1981, la CIA incrementó su programa de ayuda a los muyahidines (Operación Ciclón), hasta convertirla en “la operación más larga y costosa jamás emprendida por el servicio secreto estadounidense”. Tras la caída de Kabul en manos de los talibanes en 1996, Mohammad Najibullah, el cuarto y último presidente de la República Democrática de Afganistán que había aplicado un programa de justicia social, fue castrado y descuartizado vivo por orden del mulá Omar, y su cuerpo colgado, como una advertencia del Califato, frente al palacio presidencial.

Con la invasión de Irak, la estrategia proisraelí de los neoconservadores de Bush pretendía debilitar a la potencia árabe más avanzada, destruyendo el poder y la identidad iraquíes. Al comienzo de esa agresión, Irán, rodeado por las fuerzas estadounidenses y sus aliados, parecía destinado a ser el próximo objetivo de los neoconservadores, condenado a la derrota.

Sin embargo, un conjunto de causas objetivas y subjetivas -empezando por el aumento del precio del petróleo que siguió al avance de la guerra, y luego por el ascenso del poder chiita en Irak- permitieron a Irán salir fortalecido, a pesar de las sanciones impuestas por Estados Unidos contra un supuesto programa nuclear iraní. Incluso Siria, entonces atrapada entre dos fuegos (al este, el ejército estadounidense, al oeste, el ejército sionista), objetivo de Washington por haberse opuesto a la invasión, tuvo la oportunidad de forjar mayores alianzas con Teherán.

La estrategia de “caos controlado” con la que EE.UU. intentó también devastar el Líbano para destruir el movimiento Hezbolá tuvo como telón de fondo la cuestión palestina y el intento de desalentar cualquier oposición a “Israel”, imponiendo como única garantía la “mediación” estadounidense. Un intento retomado por Trump, a mayor escala, con los nefastos Acuerdos de Abraham, firmados el 15 de septiembre de 2020.

Sin embargo, el hecho de que el régimen sionista no haya logrado destruir a Hezbollah en el verano de 2006, que Irán haya aumentado su importancia geopolítica, consolidando lo que se llama el “eje chiita”, y que el movimiento Hamas haya sido un componente decisivo en la resistencia del 7 de octubre, indican que esa estrategia imperialista está condenada al fracaso.

En el contexto de la crisis estructural del capitalismo, y en el “hambre” de petróleo y recursos estratégicos provocada por el conflicto en Ucrania, el imperialismo está tratando de montar nuevas pruebas de guerra con consecuencias devastadoras. Insistir en el “riesgo nuclear” que vendría de Rusia o Irán sirve para ocultar que, en manos del “perro rabioso” al servicio de los EE.UU., hay bombas nucleares, y que países como Italia sirven de portaaviones a las agresiones de la OTAN, son almacenes de bombas nucleares estadounidenses.

Como en el caso del apoyo al payaso Zelensky en Ucrania, los países de la Unión Europea desempeñan una función de sustitución y subordinación a los deseos de Estados Unidos. Italia, gobernada por la extrema derecha de Giorgia Meloni, tiene la presidencia pro tempore del G7 que se ha reunido con urgencia para discutir el “peligro de Irán”. La agresión sufrida por Teherán ha pasado desapercibida, como está pasando desapercibido el genocidio de los palestinos, en ausencia de una oposición parlamentaria real.

El Grupo de los 7 (G7) reúne cada año a los jefes de Estado y de Gobierno de las principales economías capitalistas que lo componen: Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá. El 15 de junio la cumbre tendrá lugar en Apulia. Meloni ya invitó a Javier Milei, que también tiene previsto reunirse en Alemania con el canciller Olaf Scholz, en París con el presidente Emmanuel Macron y en Ucrania con Volodymyr Zelensky.

Entre 1975, año de su constitución, y 2000, el G7 pasó de representar el 70% del PIB mundial al 55%. El G7 concentra alrededor del 10% de la población mundial y el 65% del comercio mundial, pero su importancia queda claramente cuestionada por el surgimiento de un nuevo mundo multicéntrico y multipolar. Desde 1981, la Unión Europea es considerada “un octavo miembro”.

Mientras tanto, tuvo lugar en la capital italiana una conferencia internacional organizada los días 15 y 16 de abril para celebrar los 75 años de la OTAN, de la que Italia es uno de los países fundadores, y para discutir la nueva agenda de guerra euroatlántica. El clima está en alerta máxima por el temor a atentados, mientras diversas organizaciones populares han convocado manifestaciones de protesta.

Tras el genocidio de los palestinos, y contra el alto coste de la vida debido a las decisiones de los gobiernos capitalistas que subordinan la defensa de los derechos y garantías a los intereses del complejo militar-industrial, fuera de los lugares institucionales está creciendo en todas partes un movimiento de protesta en Europa. Manifestaciones que chocan con la represión y la censura que, en Alemania pero también en Francia, han alcanzado niveles insoportables de histeria.

El Gobierno alemán, al que Nicaragua ha denunciado ante la CIJ por complicidad en el genocidio de Gaza y por ser el segundo proveedor de armas del régimen sionista después de Estados Unidos, ha prohibido una conferencia sobre Palestina que debería haberse celebrado en Berlín. Aunque formado por socialdemócratas y verdes, el Gobierno alemán ha demostrado desde hace tiempo su carácter liberticida, belicista y colonialista, llegando incluso a impedir la entrada en el país del economista griego Yanis Varoufakis, que ni siquiera pudo hablar a través de video conferencia.

 

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