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10.Ago.2021 / 11:57 am / Haga un comentario

Jimmy López Morillo

Existe una regla no escrita en la cual a las y los atletas se les respeta por encima de cualquier diferencia, incluyendo  por supuesto la ideológica.

Durante todo nuestro tránsito por el periodismo deportivo –que ya se acerca a las cuatro décadas-, hemos entrevistado a innumerables deportistas, incluyendo adecos y copeyanos en tiempos en los cuales éramos víctimas de la represión de la dictadura puntofijista y jamás nuestra posición política prevaleció sobre esa norma, pues la admiración que siempre sentiremos por ellas y ellos rebasa cualquier otro punto de vista.

Nos hemos deslumbrado por igual con las hazañas de Teófilo Stevenson, Félix Savón, Adolfo Horta, en el lado cubano –con cuya revolución nos identificamos desde niños-, al igual que con las de Joe Louis, Sugar Ray Robinson, Sugar Ray Leonard, Howard Davis o Muhammad Alí, por solo mencionar algunos de los púgiles estadounidenses –el país que como imperio ha desatado contra la humanidad toda su saña a lo largo de 200 años–; disfrutamos tanto con las zancadas de Alberto Juantorena o los saltos de Yelena Isinbáyeba, como con las prodigiosas carreras de Florence Griffith Joyner, Carl Lewis, Edwin Moses o de lo que  hemos sabido de Jesse Owens y Willma Rudolph y ni hablar del béisbol, donde nuestras primeras idolatrías, junto a las de Vitico Davalillo, César Tovar y Roberto Clemente, apuntaron hacia nombres como los de Pete Rose, Frank Robinson, Sandy Koufax, Bob Gibson y compañía.

Desde hace varios años, seguimos casi que paso a paso la carrera de Miguel Cabrera y ahora lo “ligamos” en cada turno, mientras se acerca hacia las míticas cifras de los 500 jonrones y los 3 mil indiscutibles, aunque hasta donde sabemos nunca se ha pronunciado a favor de la Revolución Bolivariana y ni por un instante pensamos en abandonar la militancia en aficiones por los gloriosos Leones del Caracas, cuando fueron adquiridos por la familia Cisneros, eterna conspiradora en contra del proceso de consolidación de nuestra independencia que vivimos desde el 6 de diciembre de 1998, de la mano primero de nuestro eterno comandante  Hugo Rafael Chávez Frías y liderado ahora por nuestro presidente legítimo y constitucional, Nicolás Maduro Moros.

Lo inocultable

Sin embargo, no caemos en la hipócrita monserga de que el deporte no debe vincularse a la política, pues esta última siempre estará presente en todos los aspectos de nuestras vidas  y es innegable que en el mismo también se contraponen, de manera inevitable, dos concepciones del mundo: la socialista, en la cual el ser humano y su bienestar es fundamental, y la capitalista, en la cual los hombres y las mujeres –incluyendo por supuesto los deportistas– solo son vistos como mercancía, productos para el mercado.

Por supuesto, en ese contexto es imposible no  comparar la situación actual con lo que ocurría con nuestras y nuestros atletas en la IV República, cuando eran considerados casi un lastre con el cual debían cargar los gobiernos de turno casi por obligación, teniéndolos solo como instrumentos para la respectiva foto y la demagogia coyuntural, tras lo cual eran desechados como bagazos. La atención integral para ellas y ellos era deficiente y no existía una visión del deporte como esencia en el proceso de transformación de la sociedad.

Todo lo contrario desde la llegada a Miraflores de Chávez y Maduro, consumados deportistas, plenamente conscientes de la importancia de la actividad del músculo en cualquiera de sus manifestaciones, no solo en el Alto Rendimiento, como elemento clave en la Venezuela que intentamos construir desde hace poco más de dos décadas, entendiendo el presupuesto destinado a tal fin como una inversión y no como un gasto, en esa concepción humanista de la vida en la cual lo social debe ser lo preponderante.

De hecho, desde 1999 hasta el momento de su partida física, durante los gobiernos de nuestro eterno comandante se invirtió en materia deportiva más que todo lo “gastado los más de 40 años de dictadura puntofijista.

Esto se ha mantenido durante la gestión de nuestro actual Jefe de Estado, a pesar de los feroces ataques y el criminal bloqueo económico, comercial y financiero a los cuales hemos estado sometidos desde hace casi una década.

Evidentemente, esa visión del deporte como parte fundamental del proceso de transformación de nuestra patria, necesariamente debe arrojar resultados que están más que a la vista en la frialdad de los números, si nos remitimos estrictamente, por ahora, a actuaciones olímpicas.

Las frías cifras

Esos numeritos a secas no pueden, de ninguna manera, ser echados bajo la alfombra, como pretenden  algunas y algunos en su costumbre de  moldear la historia a su conveniencia como si se tratar de plastilina.

Así, durante la IV República se consiguieron, los bronces de Asnoldo Devonih (Helsinki 52), Enrico Forcella (Roma 60), Rafael Vidal, Marcelino Bolívar y Omar Catarí (Los Ángeles 84) y Adriana Carmona (Barcelona 92); las platas de Pedro Gamarro (Montreal 76) y Bernardo Piñango (Moscú 80) y los oros de Francisco “Morochito” Rodríguez (México 68) y Arlindo Gouveia (Barcelona 92), para totalizar 10, de las cuales una fue conseguida durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

Solo en tres juegos de manera consecutiva se obtuvieron preseas (Montreal, Moscú, Los Ángeles) y apenas en par de oportunidades se consiguió más de una medalla (Los Ángeles y Barcelona).

Desde el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998, nuestras y nuestros atletas se han colgado medallas en todos los  Juegos Olímpicos (5) que se han realizado, con excepción de Sidney 2000 (cuando el comandante Chávez tenía un año en la Presidencia): Israel Rubio (bronce en Atenas 2004), Adriana Carmona y Dalia Contreras (bronce en Beijing 2008, cuando nuestra delegación también fue bombardeada por el odio fascista), Rubén Limardo (oro en Londres 2012), Yulimar Rojas, Yoel Finol y Stefany Hernández (plata los dos primeros, bronce la tercera, en Río 2016) y Yulimar Rojas, Daniel Dhers, Julio Mayora y Keidomar Vallenilla (oro la primera, plata los otros tres, en Tokio 2020), para totalizar 11 (2 doradas, 5 plateadas y 4 broncíneas).

En tres de esas citas Venezuela ha capturado más de un galardón (sin contar los diplomas olímpicos): Atenas, Río y Tokio y en esta última ha alcanzado por primera ocasión un cuarteto de medallas.

Pero hay algo más: la presea dorada conquistada por Yulimar el domingo 1 de agosto  rebasando por escandaloso 17 centímetros el récord mundial de salto triple femenino vigente desde hacía 25 años, por el contexto en el cual se dio –Juegos Olímpicos– y el deporte, Atletismo –el más practicado en el mundo entero–, es la más importante hazaña en la historias de nuestro deporte, la cual solo podría ser equiparada con la triple corona de bateo conquistada por Miguel Cabrera en Grandes Ligas en el 2012 (casualmente el año del oro limardiano), algo que no ocurría en el mejor béisbol del mundo desde hacía 45 años.

Por encima del odio

Esa frialdad numérica es incuestionable, está ahí y no puede ser soslayada ni siquiera por la saña desatada al amparo de la impunidad de las redes digitales por las y los apóstoles del odio, quienes impúdicamente han obviado la norma no escrita apuntada al comienzo de la nota: al atleta se le respeta, independientemente de su raza, religión, preferencias sexuales, nacionalidad o postura ideológica.

Para el fascismo, es intolerable que ese minúsculo grupo de apenas 43 atletas –detrás de quienes están también entrenadores y dirigentes–, hayan consolidado en tierras niponas la mejor actuación de nuestro país en Juegos Olímpicos, muy a pesar de las adversidades producto del infernal bloqueo al cual estamos sometidos, acentuado por los genocidas de Washington y sus lacayos en estos tiempos de pandemia y que sin dudas ha incidido de manera negativa en sus entrenamientos, limitando su participación en torneos de élite para su fogueo y obstaculizando hasta lo indecible el financiamiento de sus programas de entrenamientos, entre muchísimos aspectos que pudieran mencionarse.

Hay otro elemento que le s duele en lo más profundo de sus almas fascistas: esta memorable, gloriosa actuación, se ha dado en el año del Bicentenario de la batalla en la cual nuestra amada patria selló su independencia  de cualquier imperio, la de Carabobo.

Ese odio, no  ha reparado en intentar descalificar a nuestras y nuestros atletas con mensajes denigrantes, abominables la mayoría de las veces o, como siempre, tratando de ubicar en su bando a alguno de ellos, como en el caso de Daniel Dhers, de quien luego despotricaron hasta la saciedad –sin lograr arrancarle su sonrisa de muchacho–, luego de que conversara con Nicolás Maduro Moros, el único presidente legítimo y constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, cuya bandera de ocho estrellas fue la que cubrió a este pedalista, algo que todavía les arde en ese recóndito lugar de sus amargadas espaldas jamás iluminado por el sol.

Ahí están los números a la vista, irrebatibles y seguirán multiplicándose al amparo de la Revolución Bolivariana, por encima de todo el odio y el fascismo que destilen.

 

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