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28.Nov.2016 / 08:09 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

fidel es un país

yo lo vi con oleajes de rostros en su rostro

la Historia arreglará sus cuentas allá ella

pero lo vi cuando subía gente por sus hubiéramos

buenas noches Historia agranda tus portones

entramos con fidel con el caballo

«Fidel». Juan Gelman

638 atentados después, luego de 14 presidentes de Estados Unidos, rumbo a 15 y frenteando a 12 en ejercicio, Fidel Castro muere, en La Habana, un 25 de noviembre en la noche. Y el mundo que atestigua el, al parecer, apasible final de sus días coincide con el ingreso en una curva aún más aguda de inestabilidad, violencia, choques de poderes y bajo el peligro de que toda y cada una de las crisis que en su conjunto hacen a la general, la del sistema como un todo, aumentando las probabilidades de un peor destino para la humanidad.

La de entrar en pronósticos políticos sobre el futuro de la isla o el trabajo de enumerar el hito histórico que a mitad del siglo XX lo terminó volteando, sorprendiendo y reinventándose ante dificultades cada vez más agresivas hasta el día de hoy, la comprobable suma de la llave, Fidel Castro más proyecto histórico más voluntad de un pueblo, década tras década, demolieron todos los «futuros» que se le fueron augurando al destino de la Revolución Cubana.

Lo dicho: la estatura histórica es incuestionable, sean simpatizantes o enemigos, pero nadie puede cuestionar el peso de Cuba desde el Moncada hasta el día de hoy. Confiando en que se encontrará material profuso y específico sobre el tamaño y justa proporción de los hechos resultantes alrededor de la vida de Fidel Castro Ruz, en esta tribuna, a modo de homenaje ineludible, modestamente se enfocará en algunas ideas, casi a contraluz, para aportar en puntos que no deben quedar de ninguna manera por fuera a la hora de conmemorar lo que ya se puede certificar como la obra del pueblo cubano, bajo la dirección de Fidel.

La imagen, la amistad y la táctica política
Tendremos problemas en desentrañar la sólida construcción del mito Fidel, de lo que fue por tanto tiempo una leyenda en ejercicio, cuyo uno de sus atributos notables es no haber pasado nunca por el martirologio de otros grandes dirigentes, sobre todo a lo largo del siglo XX. La mayoría llegando a ser amigos personales de Fidel: Salvador Allende, Amilcar Cabral, Thomas Sankara, Omar Torrijos…

El Fidel de carne y hueso logró proteger su vida y su integridad física, custodiado por uno de los aparatos de seguridad más eficientes y por la sencilla voluntad de la gente, tanto de quienes lo protegieron como de los que, en el último minuto, decidieron no avanzar en alguna de las 638 tramas para asesinarlo.

Pero, de igual forma, otro de los elementos, vistos por separado, que le otorgan el grado de excepcionalidad a Fidel, es también el haber controlado y administrado su propia imagen, incluyendo la que, fuera de su influencia directa, se generó a partir del excedente que proporcionaron sus demenciales y encarnizados detractores: pudo manejar de cara a las variaciones de las circunstancias su propia dimensión simbólica.

Y calibren esta idea un momento: cualquiera superficialmente pudiera alegar un sentido «oportunista», o «hipócrita» según el trosco-puritanismo de la izquierda triste, en el modo en el que Castro se movió en las arenas internacionales, creando alianzas y aparentes amistades, basándose, por ejemplo, en la cercanía que en algún momento fue registrada por la prensa con Carlos Andrés Pérez o Felipe González.

Pero en un primer nivel, ¿quiénes abjuraron de la afinidad o rompieron políticamente asumiendo la exacta misma actitud de todos los que a lo largo del tiempo, y son legión, se le voltearon en el mismo envión a las ideas que defendió Fidel Castro y al presunto dechado de declaraciones de buena voluntad en materia de justicia social que predicaban hasta ese momento?

En un segundo nivel, esa clásica observación acusa recibo de 1) el patetismo habitual de reducir al jefe de Estado al club de amigos, al Fidel estadista operando políticamente del Fidel que a sabiendas de los personajes, en términos de Estado, volvía a tender la mano, y 2) el hecho de que quien siempre mantuvo su lugar en el tiempo, política y moralmente, fue Castro y no la incesante seguidilla de oportunistas políticos, en cada una de las circunstancias históricas en las que se dieron encuentros de este tipo.

Los proyectos afines, dado el momento histórico y el contexto regional que sea, no se traducen automáticamente en proyectos comunes. Cada década imprime su propio vaivén y su propia dirección, el domesticado furor «tercermundista» que capitaneó Carlos Andrés Pérez era una necesidad de reacomodo del capital en la región, por otra parte un indicador del «tercermundismo» de la Cuba de Fidel se puede medir a partir del sacrificio voluntario de tanta gente.

Algo que resistirá mucho más el paso del tiempo que la frivolización con la que se quiere reducir un esfuerzo que apunta a los más altos niveles de calidad humana.

Fidel, Carlota, Angola y el principio del fin del apartheid en Sudáfrica

Y entonces chocamos con otro punto contradictorio entre lo individual y lo histórico, entre la obra propia y la razón monumental. Entre el Fidel cuyo pensar y actuar que se dinamiza en su región de origen («asombro de América» lo bautizó el Indio Naborí, el decimista insignia de la isla) como síntesis de todas las causas latinoamericanas, pero cuya obra más acabada en términos monumentales la alcanzó en África, una vez más en esa llave que todavía no entra en la reflexión del estúpido hombre blanco, que se refugia en la simplificación de la idea de caudillo para divorciar lo que en la acción estuvo unido: las hazañas políticas y militares de los cubanos en el sur del continente africano, que aceleró su proceso de liberación.

Este capítulo merece más que una observación de pasada, un repaso más detallado y justo sobre el largo episodio en el que una nación de locos se lanzó a la enorme tarea de colaborar con el proceso de independencia de un territorio que probablemente multiplicaría por 20 la extensión territorial de la misma Cuba, en condiciones totalmente desiguales en términos materiales.

Ya desde sus inicios, en 1961, existe registro del apoyo cubano en el proceso de descolonización africano suministrando ayuda a Argelia, con un acento especial en el cuidado de heridos, mujeres y niños. Proceso que continuó haciéndose algo visible a partir de la noticia del Che en el Congo en 1965, pero fue en la década del 70 donde la asistencia cubana alcanzó su apogeo.

La Operación Carlota, en honor a la dirigente esclava que comandó el alzamiento negro en el ingenio Triunvirato, en Matanzas, en 1843, que tuvo como escenario central a Angola, pero cuyos efectos se extendieron en el resto de la región, resume el punto más alto de ese esfuerzo.

Angola, recién liberada de la colonia portuguesa, fue forzada al juego de intereses regionales, derivando en una guerra civil en el que los distintos apoyos lanzaban una certificación clara del momento geopolítico global y mundial: luego de un fracasado/saboteado intento de gobierno de concertación entre las tres principales facciones políticas, dos de ellas desatan una guerra abierta contra el Movimiento Popular por la Liberación de Angola (el MPLA) de Agostinho Neto, la principal fuerza política que dirigió el esfuerzo de independencia, poniendo en juego la declaración misma para el 11 de noviembre de 1975.

La facción del Frente Nacional de Liberación de Angola (el FNLA), apoyada por la dictadura de Mobutu en Zaire (la actual República Democrática del Congo) y mercenarios contratados por los Estados Unidos, atacaron desde la frontera norte, mientras que por el sur lo hacía la otra facción, la Unión por la Independencia Total de Angola (la Unita) y el ejército sudafricano. Una facción era apoyada por el ejército mejor dotado, y la otra por el mejor organizado del continente.

Los cooperantes cubanos ya estaban antes asesorando en materia civil y militar (la guerra de independencia de Angola comenzó cuando el MPLA se alza en armas en 1963), pero fue ese peligrosísimo giro de los acontecimientos políticos los que activaron la rocambolesca maquinaria de todo un país en movimiento que se puso pa la cosa en defensa de la causa del sur de la África negra, algo muy en segundo plano en el tablero de los grandes poderes para el momento. Épica cuya insólita primera parte la describió a detalle Gabriel García Márquez en 1977.

«La prensa cubana, por normas de seguridad, no había publicado la noticia de la participación en Angola. Pero como suele ocurrir en Cuba aun con asuntos militares tan delicados como ése, la operación era un secreto guardado celosamente entre 8 millones de personas», cuenta García Márquez.

«La agresión imperialista fue detenida en poco más de un mes. 36 mil soldados cubanos se encargaron de hacer retroceder al ejército racista sudafricano más de 1.000 kilómetros hasta su punto de partida, la frontera de Angola y Namibia, enclave colonial del gobierno del apartheid. Por el norte, en pocas semanas las tropas regulares de Mobutu y los mercenarios habían sido también expulsados del territorio angoleño», resume el periodista cubano José Daniel Fierro.

La victoria militar del MPLA permitió que Agostinho Neto declarara la independencia de Angola, la Unita se replegara y el FNLA fuera derrotado. Al final de 1977, fue acordado el retiro de la mayoría del personal militar cubano, dejando en la flamante república popular un destacamento menor, ejerciendo tareas de asesoría y formación, en áreas civiles y militares.

Pero a partir de los 80 volvió a recrudecer la violencia, y atrapado en el medio de una delicada situación militar, Cuba una vez más decide reactivar la cooperación en grandes proporciones y en 1987, 55 mil efectivos militares actúan en Angola. Nuevamente, el MPLA y el ejército cubano se enfrentaron al ejército sudafricano y a la Unita.

La victoria estratégica de Angola y Cuba la constituyó la batalla de Cuito Canavale, una operación militar a gran escala que duró seis meses, el mayor esfuerzo militar realizado por países del tercer mundo contra un ejército en teoría superior en todos los frentes desde el tecnológico al operativo, apoyado por Estados Unidos y empleando como carne de cañón a milicianos y mercenarios de Unita; fue la derrota estratégica del ejército del régimen sudafricano.

Fidel dirigió la totalidad de la campaña de Cuito Canavale, desde La Habana. Con la derrota sudafricana de Cuito Canavale, «se reafirma la soberanía de Angola», se aceleran los procesos  independentistas de Namibia y Zimbabue, y deja en crisis al gobierno del apartheid sudafricano. Con Cuito Canavale, simbólicamente, Mandela puso el primer pie fuera de la cárcel.

Fidel, recuerda Fierro, afirmó alguna vez que las historias que componen a este episodio no han sido «suficientemente conocidas». «Cuenten lo que hemos hecho», dicen que dijo el Comandante Raúl Díaz Argüellez, el hombre que la dirección revolucionaria puso al frente en el primer ciclo de 1975, muriendo antes de la victoria.

Tal vez Díaz Argüellez, o Domingo da Silva, como se le conocía allá, resuma los elementos más audaces y desinteresados de ese sacrificio que reafirma la llave que certifica que tampoco habría un Fidel sin ese pueblo, en esa dinámica recíproca y permanente.

De esa silenciosa y poco reconocida victoria, en el medio de la tormenta que quedaba luego de la caída de la Unión Soviética, a Cuba le tocó la descomunal prueba del Período Especial, cuando las tuercas del bloqueo se apretaron ahora en clave neoliberal, disparando a matar.

Otra épica cuyo relato no ha sido suficientemente sustanciado, donde la resiliencia cubana se puso a prueba, también pasando por la candela la herencia de 40 años de Revolución Cubana. Donde también prevaleció.

Fidel cerrando el noveno

El gran problema de siempre, el mismo paso habitual por el campo minado: Fidel en su dimensión humana frente a Fidel en su dimensión monumental. El Fidel persona y la persona de ese poder.

La única razón por la que desde aquí, desde Venezuela, no se puede denominar como inimaginable a la sensación abarcante que debe haberse sentido en toda la isla entre el tiempo en vilo y la certificación de la noticia de su muerte, es porque tenemos la experiencia hermana y paralela al vivirlo en carne propia con nuestro Comandante, tres años antes.

En esa medida, la aflicción que alcanza las redes, lamentablemente alejada de la sentimentalidad directa de todas las calles de la isla, la sensación abrumadora de vacío, el manojo de sentimientos (que incluyen los enfrentados) que produce este momento es un asunto exclusivo del tejido cubano.

Fuera de eso, ya desde 2007, cuando se aparta del mando directo, Fidel vino preparando su aterrizaje. Pudo administrar su último tiempo, y pudo contrapuntearlo hasta el momento de su muerte. La muerte de Fidel ha dado hasta para que los astrólogos destaquen la precisión del momento en que eso ocurrió. Fidel da pa todo.

No hubo sobresalto con la noticia de su muerte: el ingreso en su nueva etapa, la del hombre aprendido en los años que pasaba a retiro de la práctica política pero no de la intelectual, amortiguó cualquier salto al vacío. No se puede hablar de actualización o adaptación, sino el ingreso asentado a la próxima fase, al siguiente escalón en la vida, en la batalla inevitable contra el cuerpo.

Pasó de la Liberación Nacional y la descolonización a las propiedades de la moringa y el estudio de la oceanografía, al ámbito de las ciencias naturales. La línea reflexiva que desarrolló a partir de esa persona que asumía la última etapa de su vida permitiéndose el beneficio, tal vez obligatorio, de la calma y la contemplación, de la indagación reflexiva, por su columna, que publicó, interrumpidamente pero por más de ocho años, otro estadio intelectual preocupado por las grandes líneas y fenómenos de la trama de la naturaleza y el destino civilizatorio de la humanidad, bajo la amenaza de la hora loca global.

Se pudo dar el lujo de pensar y dictaminar sobre el destino de la especie humana sin que sonara grandilocuente, sino desde la sencillez densa que garantiza la palabra soportada por la experiencia. La experiencia histórica, la prosecución biológica y la evolución intelectual en tanto individuo de Fidel Castro.

Frente un mundo cada vez más idiotizado, el hombre que hizo que su país tuviera la tasa de escolaridad y educación superior más alta del mundo, escribía en su última columna publicada, el 13 de octubre, sobre el «incierto destino de la especie humana», alertando sobre la «enorme ignorancia [que] envuelve no solo a esta, sino también sus infinitas formas de experiencias».

Seguimos rumbo a lo desconocido, ahora sin la acostumbrada presencia de Fidel, y contra un planeta cada vez más enfrentado entre nuevas líneas, aunque campos cada vez más definidos, entre un campo absolutamente trastornado sobre su papel en la historia y otro que sabe que no quedan muchas opciones, y que la única forma, bajo el sistema que sea, debe ser apoyado en el respeto y la cooperación mutua.

Por supuesto que en este rumbo Fidel siempre va a tener algo que decir. Ahí sigue, más ahora, en el sólido territorio de la imagen histórica concreta, incuestionable su lugar en el mundo, asombrando a seguidores y mareando en su fracaso a sus enemigos, por ser ellos los ejecutores fallidos de su muerte, muriendo ellos. Políticamente. Se entiende.

Misión Verdad

 

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