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4.Mar.2021 / 12:20 pm / Haga un comentario

Foto: PSUV

Elegía con un brazalete tricolor

sabe a Jesús y escupe al fariseo.

Antonio Machado

 

El «por ahora» todavía sorpresivo y esperado

en la paciencia de los surcos

desafía, cabalga en pelo con la tolvanera,

retumba en dos palabras

recargadas en el sonoro aliento

de la boina roja, convocando

infunde al paracaídas el postergado abrazo.

Su don de mando

se enternece, cambiando de centella a descarga.

Su presencia vino del verbo

escondido, la palabra de fuego

de las multitudes sin la palabra,

no en aquellas claridades universitarias,

ni en las del comité central del partido,

ni en las del candente debate

entre los legítimos herederos de Iskra, no,

no fue hasta la clase obrera idealizada

en abstractos bocetos y en himnos febriles, no,

fue hasta la mujer abandonada

con los niños sombreados en el regazo

de la esperanza destetada,

fue hasta el indio en la selva

descalzo para siempre,

enterrado en la nada,

fue hasta el campesino de las soledades

el que bebe agua de la laguna

meada por las vacas de otro,

fue a buscar al trabajador y a los muchachos,

a la anciana y al lisiado,

y encontró un hambriento

menos de pan y más de alma,

de existencia, de locura,

otro madrugador en la parada

que se deslíe en silencio

sorbo a sorbo por día.

Le entregó su palabra y nos resucitó en él,

con Bolívar, con Zamora, con Róbinson,

la palabra que como un soplo se fue a posar en la Patria Grande, rediviva,

de donde venía la brisa y no lo sabíamos,

la palabra hecha alas en las gargantas

juntas donde se hace una sola lengua y se llama pueblo,

su palabra que alzó la llamarada

alumbradora del camino por donde regresan los confinados,

la palabra brotada del subsuelo con un rugir espantoso

que maltrata los delicados oídos de los crueles.

Y esa palabra era solo Chávez,

el que develó el mediodía

detrás de los ojos lacerados y las manos reducidas,

sólo Chávez para comenzar a soñar, ingenuos todavía,

con relámpagos que funden metales y tierra, gozosos con un Ave María.

Sólo Chávez el que levantó un crucifijo y perdonó a los canallas

y siguió con el paso firme del blindado de caballería.

Sólo Chávez, el humano, ¡el humano, compañero!

Sí, era inesperadamente humano cuando nos dimos cuenta

y siguió, se lo llevaron,

tuvo que entregar su cuerpo

como un disparo al aire, como si no le perteneciera.

Rompió el cerco, se sembró en el alba.

Cada día sus manos aprietan duro las nuestras, bien duro y sigue,

cada día espanta las sombras que acechan

mientras que como pueblo podamos hacernos en él

en la unidad, en la bandera, en el himno,

en él, duro, bien duro

«por ahora y para siempre».

 

Irán Aguilera

 

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