Opinión / Noticias
Elegía con un brazalete tricolor
sabe a Jesús y escupe al fariseo.
Antonio Machado
El «por ahora» todavía sorpresivo y esperado
en la paciencia de los surcos
desafía, cabalga en pelo con la tolvanera,
retumba en dos palabras
recargadas en el sonoro aliento
de la boina roja, convocando
infunde al paracaídas el postergado abrazo.
Su don de mando
se enternece, cambiando de centella a descarga.
Su presencia vino del verbo
escondido, la palabra de fuego
de las multitudes sin la palabra,
no en aquellas claridades universitarias,
ni en las del comité central del partido,
ni en las del candente debate
entre los legítimos herederos de Iskra, no,
no fue hasta la clase obrera idealizada
en abstractos bocetos y en himnos febriles, no,
fue hasta la mujer abandonada
con los niños sombreados en el regazo
de la esperanza destetada,
fue hasta el indio en la selva
descalzo para siempre,
enterrado en la nada,
fue hasta el campesino de las soledades
el que bebe agua de la laguna
meada por las vacas de otro,
fue a buscar al trabajador y a los muchachos,
a la anciana y al lisiado,
y encontró un hambriento
menos de pan y más de alma,
de existencia, de locura,
otro madrugador en la parada
que se deslíe en silencio
sorbo a sorbo por día.
Le entregó su palabra y nos resucitó en él,
con Bolívar, con Zamora, con Róbinson,
la palabra que como un soplo se fue a posar en la Patria Grande, rediviva,
de donde venía la brisa y no lo sabíamos,
la palabra hecha alas en las gargantas
juntas donde se hace una sola lengua y se llama pueblo,
su palabra que alzó la llamarada
alumbradora del camino por donde regresan los confinados,
la palabra brotada del subsuelo con un rugir espantoso
que maltrata los delicados oídos de los crueles.
Y esa palabra era solo Chávez,
el que develó el mediodía
detrás de los ojos lacerados y las manos reducidas,
sólo Chávez para comenzar a soñar, ingenuos todavía,
con relámpagos que funden metales y tierra, gozosos con un Ave María.
Sólo Chávez el que levantó un crucifijo y perdonó a los canallas
y siguió con el paso firme del blindado de caballería.
Sólo Chávez, el humano, ¡el humano, compañero!
Sí, era inesperadamente humano cuando nos dimos cuenta
y siguió, se lo llevaron,
tuvo que entregar su cuerpo
como un disparo al aire, como si no le perteneciera.
Rompió el cerco, se sembró en el alba.
Cada día sus manos aprietan duro las nuestras, bien duro y sigue,
cada día espanta las sombras que acechan
mientras que como pueblo podamos hacernos en él
en la unidad, en la bandera, en el himno,
en él, duro, bien duro
«por ahora y para siempre».
Irán Aguilera