Opinión

18.Mar.2018 / 09:54 am / Haga un comentario

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Por: Ildegar Gil 

Pablo tiene dos hijos. Ambos dependen del principio llamado Carbamazepina. Sí: dependen. Las convulsiones y otros trastornos se apoderan de los dos varones, cuando la Carbamazepina no está en casa.

Hace meses, en una farmacia del centro de Caracas, le compré dos cajas. Pagué 200 mil bolívares, lo cual –para entonces- resultaba muy costoso. Pero en Lara, donde vive Pablo, el maldito mercado bachaqueril le vende una sola en un millón de bolívares. Ante eso, Pablo hizo lo que hubiera hecho cualquiera de nosotros en caso de manejar los mismos códigos. Decidió ir a Colombia, repentina vitrina de felicidad así convertida por profetas de laboratorio.

En el morral llevó la comida hecha, incluida las arepas. El objetivo, junto a la Carbamazepina, era no gastar nada. Cualquier cosa era padecible, menos las convulsiones de sus muchachos. Un viejo aro dorado engarzado en una de sus manos, custodiaban el viaje.

Llegó a San Cristóbal. Cruzó el puente. Lo cruzó y siguió de largo. Caminó hasta Cúcuta, ciudad a la que nunca había viajado. Nueve horas después llegó con menos carga, pues, debió deshacerse de la comida que le había preparado Araccelis pero que fue ultrajada por las condiciones de su viejo bolso sin refrigeración. Con menos carga, excesivamente fatigado y con las plantas de los pies curtidas de lacerantes ampollas, el atarceder cucuteño le dio la “bienvenida”.

Como había calculado, la peligrosa intemperie neogranadina fue su refugio durante dos noches. Y al contrario de los cuentos que había escuchado, no fue Colombia el paraíso soñado. Los pesos no corrían por el pavimento envueltos en ofertas de trabajo, por ilegales que fuesen.

Lo que sí sobraron, fueron quienes demandaron el oro que rodeaba uno de sus dedos. Algunas cajas de Carbamazepina lo acompañaron de regreso, junto a la convicción de que fue víctima de unas sanciones económicas que Julio Borges sigue pidiendo en el exterior, y que él no merece porque nada malo ha hecho.

Está de nuevo, otra vez en Lara, tejiendo maromas para encarar la nueva búsqueda de la medicinas de los carajitos mientras las ampollas siguen endureciendo el alma de quienes quieren vernos muertos a todos y todas.

¡Chávez vive…la lucha sigue!

 

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