Opinión

19.Abr.2022 / 11:40 am / Haga un comentario

Foto: Referencial

¡Tengan un excelente día mis estimados compatriotas revolucionarios! Hoy seguiremos pasando la democracia por el tamiz de la verdad. Me encuentro leyendo el libro Cómo mueren las democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, me pareció interesante reflexionar sobre lo que exponen. Procedamos…

Comencemos advirtiendo que, desde el punto de vista de la política norteamericana, la democracia se entiende como un pacto entre élites en donde los consensos son vitales para mantener el equilibrio. Esto es producto de la concepción hecha por los “padres fundadores” al basar su ideal republicano en la antigua república romana (donde los patricios, la elite dominante en aquellas épocas) eran los únicos con derecho a ser electos para el senado o cónsules y gobernar la República; además, la manera en que se repartían el poder buscaba mantener un equilibrio, de forma que éste no se concentrara en una persona.

En el caso de los Estados Unidos, estos pactos o consensos, son reglas no escritas, que están más allá de la propia Constitución norteamericana, por ello han sido denominadas por Levitsky y Ziblatt como “Guardarrieles de la Democracia”. La Constitución de Estados Unidos, está llena de lagunas, tales como, el número de magistrados de la Corte Suprema, el cual no está definido, por lo que puede ser ampliado por el presidente o el senado -mediante el nombramiento de nuevos magistrados- o reducido -cuando no se designan jueces para ocupar las vacantes generadas por el fallecimiento o renuncia de uno de sus miembros-. Este aspecto en particular, ha sido una fuente de disputas entre el Ejecutivo y el Legislativo norteamericano desde el inicio de su historia como república.

Debido a ello es que, se puede apreciar como una de esas reglas no escritas establece, en relación al Tribunal Supremo, que el presidente podrá nombrar los jueces que ocupen las vacantes existentes dentro del Tribunal -sin ser obstruido por el Congreso-, pero, lo que no puede hacer es crear nuevas vacantes -aunque la Constitución no se lo prohíbe-; así se deja implícito que se tiene ese poder para llenar el tribunal de magistrados que le sean favorables a sus políticas, en cuyo caso, el Congreso -específicamente el senado- aplicará técnicas de obstrucción con el fin de impedirlo. De esta manera, para evitar estos conflictos y no romper la regla, se acude, según los autores mencionados, a la “auto contención”.

Como resultado se tiene un problema con este sistema, el cual radica en que, por tratarse de élites, siempre existirán factores muy humanos, específicamente, la ambición de dominio de algunos grupos, que buscarán romper con esos consensos, lo que ha sido un episodio recurrente durante la historia de los EEUU. En este sentido, se pueden destacar dos legendarios episodios: la guerra civil y la presidencia de Donald Trump. Por razones de espacio textual, sobre Trump hablaré en un próximo artículo.

Históricamente, se argumenta que la razón por la cual ocurrió la guerra civil o guerra de secesión norteamericana, que cobró la vida de más de 600.000 estadounidenses, fue la abolición de la esclavitud en los estados del sur de ese país. Pero existe una realidad y, es que, 12 años después, en 1877, se pone fin al período de la reconstrucción y se deja a los afroamericanos a merced de los Demócratas sureños, quienes les arrebataron todos los derechos civiles y políticos que disfrutaron los ex esclavos desde el fin de la guerra, mediante legislaciones que les evitaba votar y los mantenía sujetos a la pobreza. De esta forma se desmiente por completo el argumento inicial.

Ahora bien, ¿Cuál fue la verdadera causa de este conflicto? Haciendo un análisis del aspecto geopolítico y económico, se encuentra, por un lado, el auge de la revolución industrial, durante el cual el Imperio Británico se erige como poder hegemónico, dominando un vasto territorio que le provee las materias primas necesarias para alimentar sus industrias. Una de estas materias primas era el algodón, el cual junto al tabaco, constituía uno de los principales productos de exportación por parte de los estados sureños norteamericanos -que vendía en casi su totalidad a Inglaterra- dejando al norte de EEUU sin materia prima para su industria textil, viéndose obligado a importarla a un alto precio. El origen de todo: ¡el dinero!

En consecuencia, de estas acciones internas es que surge el desequilibrio de las Élites. Por un lado, el Sur -esclavista capitalista- que produce las materias primas, pero se niega a vendérselas a la industria norteña y, por el otro, el Norte -Industrial Capitalista- que requiere de esas materias primas para crecer. Es aquí donde nace la verdadera causa del conflicto y es por esto que, los mismos republicanos que defendieron la abolición e impusieron la Décimo Tercera Enmienda a la Constitución de los EEUU, fueron a los que no les importó la acción de los estados sureños -que implementaron las leyes de “Jim Crow”-, las cuales, sistemáticamente cercenaban derechos políticos y civiles a los ex esclavos del sur -y también a muchos blancos pobres y analfabetos-.

Entonces, luego de diversas disputas y después de obtener lo que el Norte deseaba -pleno acceso al algodón producido en el sur- era necesario volver al equilibrio y pactar. La oportunidad surgió después de la elección de 1876, en donde un candidato Demócrata llamado: Samuel J. Tilden, derrotaba en el voto popular al candidato Republicano: Rutherford B. Hayes; pero, sucedió que, el margen fue tan estrecho, que los republicanos no aceptaban la asignación de 20 votos electorales al candidato demócrata; tal disputa fue resuelta mediante el “compromiso de 1877”, en el cual los demócrata reconocerían el triunfo de Hayes, a cambio de que, la administración republicana les otorgara algunas carteras ministeriales o secretarías a los demócratas, y también que retiraran las tropas federales de los estados sureños devolviendo el poder político y administrativo a los demócratas; con lo cual, quien pagó “los platos rotos de la fiesta” fue la población afrodescendiente, que perdió sus derechos civiles y políticos recién adquiridos; una situación que se mantendría durante más de 100 años. Verdaderamente resulta increíble las ollas que se destapan cuando se abre un libro.

Como puede apreciarse, es mediante el pacto palaciego de élites, y de la manera más antidemocrática, que se logra conseguir otra vez el “equilibrio” y la vuelta al cumplimiento de las reglas no escritas que preservan la “democracia norteamericana”, a costa de conculcar los derechos a una parte de la población.

Como era de esperarse, este equilibrio se mantuvo -en medio algunos pocos incidentes- en la que los “guardarrieles” actuaron para contener los “excesos” de algunos políticos norteamericanos que hicieron peligrar tal consenso; entre los episodios más fuertes tenemos: los desarrollados durante los años 50 y 60 del siglo 20, es decir, las acciones para restablecer los derechos civiles de los afroamericanos en el sur de los Estados Unidos y después, el escándalo acontecido producto del caso Watergate, que, culminó con la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia.

Como podemos ver, este esquema de pacto de élites, siempre ha tenido como objetivo preservar los intereses de dichas élites, por ello, sus actuaciones siempre apuntarán a que este objetivo se extrapole en todos los aspectos de la política del gobierno norteamericano. Y, de allí que, quienes no se han subordinado a tales intereses, siempre han sido y serán catalogados como “antiamericanos”, “poco democráticos”, “dictadores” y demás epítetos parecidos. En tal sentido, Levitsky y Ziblatt, en su obra, han propuesto una especie de filtro, con cuatro indicadores, que permiten determinar el comportamiento autoritario de algunos dirigentes y son los siguientes:

Rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego.

Negación de la legitimidad de los adversarios políticos.

Tolerancia o fomento de la violencia.

Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.

Según los autores, quien muestre en su accionar político, alguno o todos estos indicadores, puede ser catalogado como parcial o completamente autoritario -según el nivel con que se muestre-. Cabe destacar que, esta categorización es por demás general y puede ser aplicada de manera indiscriminada en función de los intereses de quien la aplica.

Como puede inferirse, los dirigentes que no se han subordinado a los intereses norteamericanos, han sido catalogados como autoritarios y sus gobiernos han recibido un nombre bastante escuchado en Venezuela: “Régimen”. Así han tildado el gobierno del Presidente Hugo Chávez y el de nuestro actual Presidente de Venezuela Nicolás Maduro Moros, Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador.

Los precitados autores también recalcan, que la llegada al poder de políticos “autoritarios” por medios democráticos o golpes de Estado, se debe a la imposibilidad de las clases políticas de imponerse “guardarrieles”. Es así que, de una manera simplista, argumentan que el derrocamiento de Salvador Allende y la instalación de la dictadura de Pinochet (en Chile), por ejemplo, fueron causados por la confrontación política entre la democracia cristiana y demás grupos de derecha contra los grupos de izquierda -encabezados por el Partido Socialista Chileno-. El detalle está en que para nada se menciona la intervención y el apoyo por parte del gobierno de Richard Nixon para desestabilizar políticamente a ese país y propiciar el golpe de Estado, además que, después Pinochet pasó a ser uno de los “líderes mimados” de los gobiernos de EEUU. Solo hay que recordar la orden que el ex presidente Nixon le dio, en su momento, a su secretario de Estado, Henry Kissinger: “Hacer gritar a la economía de Chile”.

Entonces, ¿la muerte de la democracia chilena, se debió a la falta de guardarrieles o por la intervención norteamericana impulsada por sus intereses empresariales y estratégicos?

Como podemos recordar, esta situación ha sido un capítulo recurrente, no sólo en la historia de nuestra América Latina, sino también la mundial, donde se podrían llenar centenares de páginas con las intervenciones directas o indirectas, abiertas o encubiertas, en las que los distintos gobiernos norteamericanos han propiciado la muerte de la democracia o simplemente han abortado su surgimiento en todo el mundo, para mantener los intereses corporativos y económicos de la élite dirigentes de ese país y de las oligarquías serviles a éste. Seguiremos revelando como actúa el entramado de la Corpocracia, camaradas.

¡Hasta el próximo artículo!

Por Freddy J. Gutiérrez González

 

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