Opinión / Richard Canan

20.Jun.2018 / 10:54 am / Haga un comentario

Foto: Referencial

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Por: Richard Canan

El inmoral Trump sigue dándosela de impoluto policía del mundo, pretendiendo dar lecciones a los otros de democracia, libertad, moral y ética, pero no puede ocultar su verdadero metabolismo como representante planetario del capitalismo salvaje. El más inhumano y depredador de toda la historia de la humanidad. En ese proyecto político, los errores y daños colaterales son ocultados bajo la alfombra. Nadie le pone rostro humano ni defiende los derechos de los excluidos. Si osan organizarse y defenderse, garrote con ellos, tal cual hace el Tío Sam con los pueblos que oprimen alrededor del mundo.

Así, el Sueño Americano parece hecho a la medida de los banqueros y de los grupos oligopólicos. Los que mandan. La noción de democracia y plenas libertades no son más que una construcción mediática, una farsa ideológica para mantener engañados a sus ciudadanos y embaucar a los ilusos en todo el mundo. Los ingenuos no han visto la atrofiada pirámide, en cuya cúspide hay solo un puñado de familias y corporaciones, mientras que en la base sobreviven oprobiosamente millones de personas. El sistema solo deja entrar a cuenta gotas. La grosera acumulación de capital ha construido extremos abismalmente opuestos, entre un puñado de ricos y millones de pobres.

Como los medios e instituciones de Estados Unidos se han especializado en escrutar y enjuiciar implacablemente a los otros países, les cuesta ver su propia monstruosidad y barbarie. Es una gran miopía crónica que mantiene paralizada a las instituciones y a las cúpulas políticas. Las cifras son alarmantes, pero su aparato burocrático y la tozudez conservadora (el del sálvense quién pueda; es decir, solo los más aptos; es decir, solo los más ricos), les impide reaccionar y generar mecanismos que promuevan una mayor equidad y justicia social.

Le ha tocado la tarea a la Organización de Naciones Unidas de revelar el rey desnudo que es el Imperio Norteamericano, cuyos inmorales principios le permite gastar impúdicamente millardos de dólares para mantener su mortífero aparato de guerra siempre activo alrededor del mundo, pero se rasga las vestiduras cuando debe aprobar ínfimos recursos presupuestarios para atender los servicios de salud, educación o vivienda para sus propios ciudadanos.

El informe preliminar del Relator Especial sobre la pobreza extrema y derechos humanos de la Organización de Naciones Unidas, Philip Alston, es más que elocuente para estudiar y aprender sobre esta terrible tragedia (https://shar.es/anxVva). Arranca cuantificando que en Estados Unidos hay, en estos momentos, más de 40 millones de personas en situación de pobreza, de los cuales 18,5 millones viven bajo el umbral de la pobreza extrema, víctimas de las condiciones de exclusión, inequidad y baja movilidad social que impera en ese país.

A lo largo del informe se documentan las características y condiciones de vida de los excluidos dentro de Estados Unidos, a saber: “En 2013 las tasas de mortalidad infantil en los EE. UU. fueron las más altas en el mundo desarrollado; Los norteamericanos pueden esperar vivir vidas más cortas y más enfermas, en comparación con gente que vive en cualquier otra democracia rica, y la “brecha de salud” entre EE. UU. y países equivalentes continúa creciendo; Las enfermedades tropicales desatendidas, incluyendo el Zika, son cada vez más comunes en EE. UU. Se estima que unos 12 millones de norteamericanos viven con una infección parasítica desatendida; tiene la prevalencia de obesidad más alta en el mundo desarrollado; En términos de acceso al agua potable y saneamiento, EE. UU. ocupa el puesto 36 en el mundo; En la OCDE, Estados Unidos ocupa el puesto 35 de 37 en términos de pobreza y desigualdad; tiene la tasa Gini (que mide la desigualdad) más alta de todos los países occidentales”.

Pero estás graves perturbaciones en las condiciones de existencia no afectan a los de la cima de la pirámide. No. Afectan solo a la población pobre, la cual está claramente segmentada por décadas de políticas de exclusión, discriminación social y étnica, y por la dominación cultural de las cupulas conservadores, que han vendido la idea de que “Los ricos son industriosos, emprendedores, patrióticos y los impulsores del éxito económico. Los pobres son derrochadores, perdedores y estafadores. Como consecuencia, el dinero que se invierte en bienestar social es dinero tirado a la basura”, pero para nada critican que sean los más ricos los que “no pagan impuestos a las tasas que otros lo hacen, acumulan mucha de su riqueza en paraísos fiscales, y frecuentemente obtienen sus beneficios de la pura especulación en vez de contribuir a la riqueza general de la comunidad norteamericana”. Tremendo retrato del capitalismo rentista.

En este escenario, los mecanismos de racismo y exclusión social se concentran en la población afroamericana y latina, pero también en blancos de la clase media trabajadora, ahora pauperizados por el aumento del desempleo y la baja calidad de los puestos disponibles. También está la población indígena originaria, en cuyas “reservaciones” sobreviven en condiciones de pobreza, “su estilo de vida es criminalizado, están desamparados, y su cultura está destruida, todo lo cual perpetúa la pobreza, la mala salud, y las impactantes altas tasas de suicidio”. Bajo esta línea de exclusión resaltan más de 13 millones de niños viviendo permanentemente en condiciones de pobreza o los más de 500.000 “indigentes” que viven en las calles, principalmente en New York, Los Ángeles y San Francisco, donde “las personas sin hogar son efectivamente criminalizadas por la situación en la que se encuentran. Dormir en la intemperie, sentarse en lugares públicos, mendigar, y la micción en público (en ciudades que prácticamente no proveen baños públicos) y una infinidad de otras infracciones han sido concebidas para atacar la ‘desgracia’ del desamparo”.

En el Informe de Alston se hace especial énfasis sobre la situación de neocolonialismo y “déficit de derechos políticos” que padece Puerto Rico, devastado por desastres naturales (huracanes), pero que vive en una permanente situación de “crisis económica, una crisis de deuda, una crisis de austeridad y, presumiblemente, una crisis política estructural”, al no poder recibir recursos financieros del imperio colonizador, por ser considerada a duras penas con el estatus de “territorio” ocupado. Los puertorriqueños han sido abandonados a su suerte.

Con suma preocupación el Relator de Naciones Unidas señala que en el corto plazo estas cifras para nada cambiarán, por cuanto las políticas fiscales impulsadas por el nefasto presidente Trump (los recortes presupuestarios y la reforma del sistema sanitario), “aumentará enormemente los ya altos niveles de desigualdad en la distribución de la riqueza y los ingresos entre el 1% más rico y el 50% más pobre de los norteamericanos”. Estados Unidos es el país de la falsa democracia y peor aún, de las falsas libertades y derechos civiles. Sus ciudadanos ya se han habituado a vivir en las mismas “condiciones del Tercer Mundo”.

 

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