Opinión / Héctor Agüero

12.Oct.2014 / 01:15 pm / Haga un comentario

El mundo en el cual transcurre ese segmento social fluctuante y ambiguo que llaman la clase media venezolana, está lleno de paradojas y situaciones acomodaticias que en ocasiones rozan lo insólito. Están convencidos que son el centro del universo y que cualquiera decisión que quieran tomar los que gobiernan el mundo debe ser antes objeto de consulta ante ellos. A estos personajes, Chávez los retrató de manera lapidaria con una palabra: autocobeados.

Sus héroes adorados son Salvatore Mancuso y Carlos Castaño Gil los engendros del horror colombiano que patentaron ese monstruo que se llama el paramilitarismo ante el cual las acciones de Estado Islámico parecen obras de aficionados. Completan el tinglado el señor Uribe Vélez y su comparsa Posada Carriles. Terroristas de marca mayor. Con mucho descaro montan en cólera cuando los diputados patriotas los señalan como cómplices e instigadores de los recientes asesinatos que no son obra de la casualidad. De ahí su desespero en que no se descubran sus conexiones con esa maquinaria genocida que encarna el paramilitarismo.

Se desviven por el modo de vida estadounidense y por las anacrónicas y dispendiosas monarquías europeas que siguen a través de publicaciones como la revista Hola pero se hacen la vista gorda cuando los policías gringos matan a ciudadanos negros o niños armados entran en escuela y masacran sus compañeros, o cuando el ex monarca español se lleva el primer premio de la corrupción aceptando un yate valorado en diez y ocho millones de euros como pago por sobornos a empresarios, envuelto él y una de sus hijas en tráficos de influencia y ganancias ilícitas o andando en safari a costillas del Estado ibérico. Desfachatez mayor cuando es del conocimiento público que España lidera una economía quebrada y con un índice de desempleo tan alto como Grecia.

Pregonan un modelo de libertades de democracia, de justicia social que nadie conoce ya que las únicas referencias que ellos exhiben no son muy buenas porque son las de sus socios adecos y copeyanos que gobernaron cuarenta años en un mar de corrupción, represión y hambre para el Pueblo. Provoca risa cuando hablan que antes eran felices y no se daban cuenta. El único que puede creer ese cuento es el señor Arria que de modesto empleado público en el primer gobierno de Caldera pasó al gobierno de CAP 1 como ministro primero y después como gobernador de Caracas y de la noche a la mañana empezó a exhibir un modo de vida dispendioso, con residencia permanente en el país norteño y gastos en dólares.

 

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