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Foto: Referencial

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¿Cuántas veces la oposición venezolana ha traspasado el límite de la confrontación democrática pacífica? El recuento es largo y retrata a un sector político que o bien propugna la violencia y las rutas inconstitucionales o al menos mira para otro lado cuando los grupos extremistas los están poniendo en marcha:

2002: el golpe de Estado casi clásico

Luego de perder el poder ejecutivo en 1998 y del cambio constitucional de 1999, la derecha venezolana tuvo poca paciencia. Ya para finales de 2001 se les había agotado, en particular luego de que se aprobaran leyes como la de Tierras y la de Pesca. Con el argumento de que eran luchas de la sociedad civil se empezó a desarrollar el expediente del “calentamiento de calles”, en el que tuvo rol protagónico la maquinaria mediática, por entonces bajo el poder hegemónico de la burguesía.

Este cuadro de conflictividad callejera inducida derivó en el golpe de Estado de abril  de 2002, que fue “casi clásico”, porque si bien no tuvo los movimientos de tropas característicos de otras asonadas, sí incluyó el pronunciamiento de un grupo de oficiales de alto rango en contra del presidente constitucional. Se impuso como presidente al dirigente patronal Pedro Carmona Estanga y se decretó arbitrariamente la abolición de la Constitución de 1999, la primera que había sido aprobada en referendo popular. También se pretendió descabezar completamente al Estado, incluyendo autoridades nacionales, regionales, locales, ejecutivas, legislativas, judiciales, electorales y ciudadanas. Una caída y mesa limpia, evidentemente antidemocrática, que apenas duró dos días.

El presidente Chávez, en hombros del pueblo civil y militar, retornó a Miraflores, pero no tomó desquite, sino que volvió cargado de perdones.

El reality show de Altamira

La negativa del Tribunal Supremo de Justicia a sancionar a los cabecillas del golpe de Estado (la sentencia de los generales preñados de buenas intenciones) generó una rápida retoma de los planes conspirativos. A mediados de 2002 se montó en la plaza Altamira un circo en el que los oficiales de diversos rangos se iban sumando a una especie de alzamiento militar en forma de reality show.

De nuevo, en este episodio fue clave el apoyo de los medios de comunicación que mantuvieron a la población en vilo respecto al hipotético desenlace del circo.

En muchos otros países, un acto de insubordinación como ese hubiese sido severamente reprimido y sus protagonistas sancionados con duras penas. En Venezuela, el comandante Hugo Chávez ordenó dejar que se cocinaran en su propia salsa. Así ocurrió.

El paro-sabotaje petrolero y empresarial

Envalentonadas por la impunidad evidente, las mismas fuerzas que habían dado el golpe de abril se lanzaron a una nueva aventura en diciembre, llamando a un paro nacional en el que volvería a tener un papel crucial la alta gerencia de la industria petrolera. Paralizaron pozos, refinerías, puertos de embarque, llenaderos y otras dependencias. Calcularon que en una semana, el Gobierno estaría derrocado. Fallaron. Poco a poco, se retomó el control y, como  lo confesó uno de los líderes, a la oposición (entonces llamada Coordinadora Democrática) , el paro se le fue de las manos.

A finales de enero encajaban una derrota política que le costó al país unos 30 mil millones de dólares y la estabilidad a unas 17 mil familias de trabajadores que fueron despedidos.

2004: Guarimbas y carta paramilitar

El resto de 2003, la oposición tuvo que pasarlo en relativa paz, lamiéndose las heridas y dedicada a jugadas políticas como la de intentar el referendo revocatorio presidencial mediante una fantasiosa recolección de firmas al margen de las autoridades electorales.

Para 2004, los postuladores de la solución violenta volvieron a tomar el control. Ese fue el año de la primera oleada de guarimbas, de las que se presentaban como líderes directos funcionarios municipales como Henrique Capriles y Leopoldo López, en obvio desconocimiento de las leyes que, por el contrario, les hacían responsables de mantener el orden público y la libre circulación en sus jurisdicciones.

Ese año, el ala más extremista también se jugó la carta del paramilitarismo de factura colombiana. El episodio clave fue el descubrimiento de más de un centenar de falsos soldados que pernoctaban en una finca en las afueras de Caracas. El plan era simular un alzamiento del Ejército y atentar contra el presidente de la República.

Muchos de los detenidos, de nacionalidad colombiana (incluyendo algunos menores de edad) fueron repatriados. En otros países, incluyendo Colombia, habrían enfrentado procesos judiciales muy largos y sanciones penales estrictas.

2005-2012: interregno “pacífico”

Luego de los dos intentos violentos de 2004, nuevamente la oposición intentó estrategias tremendistas, pero políticas al fin y al cabo. 2005 fue el año en pretendieron  boicotear las elecciones parlamentarias para deslegitimar al Gobierno. Lo que consiguieron fue que se integrara una Asamblea Nacional sin opositores (en apariencia, luego saldrían a flote). En 2006 concurrieron a las presidenciales y fueron derrotados. En 2007 logaron una victoria electoral contra la reforma de la Constitución propuesta por Chávez. En 2009 no pudieron impedir la victoria del chavismo en la enmienda constitucional que abrió paso a la tercera reelección del líder bolivariano. En 2010, las fuerzas contrarrevolucionarias (ahora llamadas Mesa de la Unidad Democrática) rectificaron su conducta de 2005 y fueron a los comicios parlamentarios, logrando un resultado respetable. En 2012 compitieron una vez más con Chávez y resultaron derrotados.

Se puede decir que este fue un interregno pacífico de la oposición, haciendo de la salvedad de que fue en esta época cuando se produjo la enfermedad del presidente Chávez, a la que algunos consideran producto de una conspiración de las fuerzas más oscuras del imperialismo con necesarios aliados internos. Si alguna vez se comprobase que la muerte del comandante fue inducida, habría que concluir que este no fue tampoco un período pacífico, sino, por el contario, una etapa sumamente violenta pues se habría ejecutado una modalidad de magnicidio paulatino.

2013: descarga mortal

Tras la desaparición física de Chávez, la oposición logró el que hasta ahora ha sido el resultado más cerrado en unas elecciones presidenciales. Nicolás Maduro triunfó con una ventaja cercana al cuarto de millón de votos, y el candidato perdedor, Henrique Capriles, convocó a sus seguidores a protestar “descargando su arrechera”. La frase fue tomada literalmente por muchos opositores que arremetieron contra personas que celebraban el triunfo de Maduro, con un saldo lamentable de muertos y heridos.

Había sido apenas el preludio de un período presidencial en el que la oposición no ha dado tregua y casi siempre ha optado por las opciones violentas.

2014: Guarimbas II       

En el resto de 2013, todavía bajo el liderazgo de Capriles, la derecha intentó convertir las elecciones municipales pautadas para diciembre en un plebiscito para echar del poder a Maduro antes de que cumpliera un año en funciones. Pero esas elecciones fueron un triunfo para el chavismo. El ala pirómana opositora, encarnada en Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, le arrebató el timón a Capriles y lanzó la tesis de “la Salida”, uno de los planes más violentos que las organizaciones antigubernamentales hubiesen puesto en marcha en casi tres lustros.

Esta segunda oleada de guarimbas fue mucho más virulenta que la de 2004, causó otro extenso listado de muertos y heridos y obligó al Gobierno a detener a López, quien desde entonces fue asumido por los Gobiernos intervencionistas, los organismos de derechos humanos y la prensa hegemónica global como un mártir. Más adelante también terminarían presos Ledezma y numerosos cuadros menos conocidos.

Otro paréntesis de “paz”

Una vez sofocadas las guarimbas, la oposición pareció volver a tomar el carril democrático. En 2015 logró su triunfo más contundente contra el chavismo, en las elecciones legislativas. Al tomar control por amplia mayoría de la Asamblea Nacional, los dirigentes partidistas se empalagaron de poder. Comenzaron 2016 en una especie de competencia sobre quién asumía la posición más radical en torno a cómo sería el fin de la era chavista: destitución por doble nacionalidad, juicio político, referendo revocatorio, Asamblea Constituyente, elecciones adelantadas, proceso por abandono del cargo… Ninguna de las opciones terminó de cristalizar.

La palabra “paz” debe ir entre comillas también en este caso porque es en este tiempo que arrecia la estrategia de la guerra económica, que se expresa a través de acaparamiento, escasez, especulación y el fenómeno conocido como bachaqueo. También se iniciaron las gestiones para el cerco económico internacional.

2017: Guarimbas recargadas

Desesperados ante el fracaso de las altas expectativas que habían creado, los principales partidos de la derecha caen nuevamente bajo el influjo de los planes más violentos. A partir de abril de 2017 se inicia una nueva arremetida mediante el método de las guarimbas, esta vez ampliado y recargado con el uso de armas de fuego convencionales y de fabricación artesanal.

Centenares de jóvenes y adolescentes fueron utilizados como carne de cañón, adoctrinados por un supuesto movimiento de “libertadores” y pagados con generosos fondos provenientes del exterior.

En forma simultánea, a través de medios de comunicación tradicionales y de redes sociales se instigó sistemáticamente al odio hacia funcionarios civiles o militares o personas vinculadas en cualquier forma al chavismo. Manifestaciones de barbarie como la quema de personas vivas, linchamientos y agresiones en masa se convirtieron en la realidad cotidiana del país durante cuatro meses.

Ya extremadamente pasados de la raya, los opositores radicalizados intentaron incluso impedir las elecciones de los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente mediante el uso de la intimidación y la violencia abierta, un hecho sin precedentes en muchas décadas de historia electoral del país.

2018: Bloqueo económico y magnicidio

Gracias al proceso contituyente y a la realización en 2017 de las elecciones regionales y municipales pendientes, 2018 empezó con algunas expectativas de paz, sobre todo porque el Gobierno, con el apoyo de facilitadores internacionales, estaba promoviendo los diálogos de paz de República Dominicana.

No obstante, la derecha presuntamente pacífica y democrática se encargó de destruir esa posibilidad de una paz nacional duradera al boicotear las reuniones en el país caribeño. Asimismo, estos partidos se negaron a participar en las elecciones presidenciales, a pesar de las concesiones que hizo el Gobierno en varios de los aspectos solicitados por los partidos antichavistas.

Una vez realizadas las elecciones, con la oposición viviendo uno de sus peores momentos, el Gobierno hizo un gesto más de intención de diálogo, al otorgar beneficios procesales a un centenar de personas que permanecían privadas de libertad por participar en los hechos violentos de 2017.

Desarticulada y sin una vocería central, la oposición llamada “moderada” parece haber apostado todo su capital político a la posibilidad de una intervención externa, y por eso los líderes de estos partidos se mantienen recorriendo el mundo para solicitar sanciones y presiones que aparentemente son contra funcionarios del chavismo, pero que terminan afectando a toda la población en áreas tan sensibles como la alimentación y las medicinas.

Es en este contexto donde aparece, de manera obviamente sorpresiva, la ficha del magnicidio, que en este caso no parecía dirigirse exclusivamente al presidente Maduro, sino a un descabezamiento de todo el Estado venezolano y del alto mando militar.

Todo parece indicar que estamos ante un nuevo récord de la oposición en cuanto a la profundidad de la transgresión cometida y de los niveles de violencia que ella podría causar.

El presidente ha dicho que los responsables de estos hechos no podrán optar a beneficios procesales ni amnistías. Dada la magnanimidad demostrada tanto por él como por el presidente Chávez a lo largo de dos décadas, a muchos partidarios del Gobierno les resulta difícil creerlo.

LaIguana.TV

 

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