Opinión / Noticias / Eduardo Piñate
El pasado 1° de mayo, el presidente Nicolás Maduro, haciendo uso de sus atribuciones constitucionales, convocó a la Asamblea Nacional Constituyente para que sea el pueblo venezolano, depositario del Poder Constituyente originario, quien resuelva el conflicto político por el Poder que existe actualmente en Venezuela, por la vía pacífica y constitucional.
Desde la desaparición física del Comandante Chávez y la victoria electoral de Nicolás Maduro, el imperialismo y sus aliados dentro y fuera de Venezuela llegaron a la conclusión que había llegado el momento de acabar con la Revolución Bolivariana, y en consecuencia, desataron la violencia durante varios meses en 2013 y 2014. Luego de que obtuvieran la mayoría de la Asamblea Nacional, lejos de asumir una conducta democrática, pretendieron usar esa mayoría contrarrevolucionaria para arremeter y tratar de derrocar al Gobierno del presidente Nicolás Maduro. En lo que va del 2017, perseveraron en la violencia foquista y el uso de grupos paramilitares y bandas criminales. En todo este período, el presidente de la República los convocó insistentemente al diálogo, obteniendo por respuesta mayor violencia.
La Revolución Bolivariana es antiimperialista, democrática, popular, socialista, chavista y es también CONSTITUCIONAL. Recurrir al constituyente originario para que, en uso de su soberanía intransferible, convoque a la Asamblea Nacional Constituyente, ciudadana, soberana, popular, de elección territorial y sectorial, garantiza la universalidad del voto, la expresión del pueblo en su conformación como depositario del Poder Constituyente originario, y por tanto, reivindica el carácter constitucional de nuestra Revolución. Con este paso, el presidente Maduro, como líder revolucionario, nos convoca a ganar la Constituyente para ganar la paz y abrir un nuevo período revolucionario. Es el desencadenante histórico de la hora actual venezolana.
Seguimos venciendo.
Ciudad CCS