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23.Feb.2016 / 03:47 pm / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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Más bien, en Venezuela la producción fecundó en un antidesarrollo necesario para estos sectores. La idea del país-mina se sustentó, en parte, en el concepto de la «siembra del petróleo», en la primera mitad del siglo XX como supuesta política de sustitución de importaciones y mecanización de los distintos sectores productivos, y luego, con el auge del puntofijismo al poder, como punta de lanza para el desmonte institucional conocido como neoliberalismo y libertad de mercado.

De dónde sale eso de la «siembra del petróleo»

El petróleo se concibió como El Dorado ansiado en otros tiempos. Subordinar toda la dinámica política del país al crudo era un mal necesario para que los grandes consorcios del mundo occidental se desarrollaran hasta los límites hoy conocidos. Sin embargo, durante el gobierno de Eleazar López Contreras el entonces ministro de Fomento, Manuel Egaña, propuso insertar petrodólares en la industria privada para el desarrollo interno y con calidad de exportación, idea que se fue amasando de la mano de Alberto Adriani y que tuvo su propagandista más audaz en la figura del redomado Arturo Uslar Pietri.

En 1936 Uslar escribió un editorial en el extinto diario Ahora titulado «Sembrar el petróleo», en el que habla de una economía destructiva (la de la renta petrolera) que trajo como consecuencia, en resumidas palabras, la desaparición de «la riqueza del suelo», es decir, la destrucción de una diversidad productiva sustituida por el latifundio y el extractivismo.

El escritor había lanzado una línea recta: «La única política económica sabia y salvadora que debemos practicar, es la de transformar la renta minera en crédito agrícola, estimular la agricultura científica y moderna, importar sementales y pastos, repoblar los bosques, construir todas las represas y canalizaciones necesarias para regularizar la irrigación y el defectuoso régimen de las aguas, mecanizar e industrializar el campo, crear cooperativas para ciertos cultivos y pequeños propietarios para otros».

El asunto con la idea de Adriani, expresada para la posteridad nacional por el autor de Las lanzas coloradas, es que toda esperanza de desarrollo consistía en entregarle dólares a la naciente burguesía importadora, que de comercio y acumulación ociosa era sabia, pero que por la misma rueca histórica del capitalismo que diseñó la silueta de Venezuela como una mina en el mapamundi de explotación y producción de mercancías, no pasaba de ser un anhelo sin cauce. La familia Rockefeller, principal promotor del campamento minero nacional, había conceptualizado antes que los peones burgueses locales al hombre del subsuelo venezolano sobre el hombre occidental y cosmopolita, aquel que soñara con ser el mismo Uslar Pietri.

Petróleo nuestro que estás en los subsuelos

El chorro de petróleo se concibió, entonces, como la base única de desarrollo en Venezuela. Insertar dólares en las zonas económicas ligadas a la manufactura y los servicios no es una prerrogativa reciente, sino que más bien atiende a un plan histórico del capitalismo central para la época, y que se hace arena entre las manos en esta región del planeta.

Los elementos fundamentales para la industrialización podríamos resumirlos en cuatro elementos: capital disponible, tecnología, mano de obra calificada y mercado. En Venezuela, el proceso de ingreso de la renta por parte del Estado, y no a través de intermediarios (latifundistas, empresarios), comenzó en la época de Medina Angarita con la Ley de Hidrocarburos de 1943, que limitó las concesiones a los grandes consorcios petroleros sin que hubiera mucha reforma con relación a las ganancias de las corporaciones transnacionales.

El auge de la actividad extractivista trajo consigo la formación de lo que Rodolfo Quintero llama las «ciudades petróleo» como, por ejemplo, Ciudad Ojeda y Punta de Mata, donde trabajaban y descansaban los proletarios de la industria petrolera. Caracas y Maracaibo, por nombrar sólo dos, mantuvieron el estatus de centros de gozo, y consigo la ampliación del pretendido bazar nacional. Había capital disponible vía renta del crudo y se forjaban los territorios para introducir los productos terminados… pero no había producción que satisficiera la demanda en estas zonas.

A lo anterior se aúna un dato que no es menor: Venezuela firmó con EEUU el Tratado de Reciprocidad Comercial en 1939 (renovado en 1952 y que duró hasta 1972). Esto significó bajos aranceles para las transnacionales por «productos industriales de baja composición técnica», es decir, chatarra industrial y corotos para el consumo cotidiano. La tecnología importada para la supuesta industrialización era el bojote que quedaba de las grandes fábricas del norte y los resabios de Europa: básicamente, espejitos por pepitas de oro negro. Al mismo tiempo, el negocio se amasaba con la acumulación de dólares por parte de los grandes bachaqueros de ese entonces, un conglomerado de aspirantes a los petrodólares que se reunió para formar, en 1944, Fedecámaras, acrónimo de Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela.

No lo llame industrialización, llámelo mecanización

En su trabajo de investigación «La industrialización de Venezuela», la alemana Dorothea Melcher describe el negativo proceso de desarrollo industrial, cuyos métodos fundamentales fueron la sobreevaluación de la tecnología importada, los créditos acomodaticios a la casta parasitaria llamada históricamente «empresarial» y la corrupción entrelazada entre los sectores privados y el Estado.

Melcher describe así la relación entre el sector agrícola y la pretendida «siembra petrolera», ya descrita con más detenimiento en una nota anterior: «La renta llegó a alimentar más bien el consumo y las importaciones, que el desarrollo de las industrias internas. La idea de reinversión en los países en vías de desarrollo de las ganancias de las empresas extranjeras llevó a fundar en Venezuela la empresa Basic Economic Corporation de Rockefeller, una cadena de automercados ligada a haciendas y empresas de procesamiento de productos agropecuarios, y no a la inversión en industrias manufactureras».

Desde los tiempos de Medina Angarita se ha hablado de la política de sustitución de importaciones mediante una política proteccionista de la producción tierras adentro. Sin embargo, la unión del capital comercial con agentes insertados en el Estado que propugnaban esta política encauzaron la «inversión industrial» hacia los sectores económicos arropados por Fedecámaras, que convenía en la compra de chatarra con el trademark de las corporaciones. Básicamente se instaló un negocio redondo, que acercaba la economía venezolana con la del capitalismo central. Esto es característico de la distribución de la renta y el surgimiento del capitalismo rentístico en Venezuela desde sus inicios.

La «necesidad de industrialización» devino en chiste como por efecto dominó debido a la ampliación del bazar instalado y el desplazamiento de territorios demográficos, por lo que los centros de goce (Caracas, Maracaibo, Valencia) se rodearon de los llamados cordones de miseria y zonas industriales.

Fedecámaras comienza a tomar la batuta interna de la política económica, en llave con las agencias financieras e industriales de corporaciones estadounidenses, en reacción a las políticas públicas en el sector inmobiliario que se llevaba la mayoría de las divisas por renta petrolera. El capital importador y financiero pedía dólares para el desarrollo, muy al estilo actual de Lorenzo Mendoza, pero jugaba a la fuga de capitales y al servilismo industrial de los distintos Rockefeller de la época. Acción Democrática, en aquella época un partido con sectores progresistas y reaccionarios, se unió al clan empresarial para pedir la liberalización de importaciones, cuenta Melcher en su investigación.

El golpe a Medina Angarita, gobierno atacado por una guerra económica en su momento que dio apertura al trienio adeco (1945-1948), sirvió para crear un orden relacionado directamente a la dependencia importadora y al «entren que caben cien» de las compañías petroleras con el discurso de la «siembra del petróleo» como eslogan. Publicidad engañosa con la deformación productiva en llave.

Esta relación se desarrolla hasta cierto momento durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que se sustituye por otra llamada «El Nuevo Ideal Nacional»,proyecto apoyado por el sector mayoritario de Fedecámaras que aupaba la Junta Militar. Se enmarcaba en la relación del Estado como principal actor financista y la banca privada con la industria de la urbana construcción y la renta del suelo al estilo Gómez: esta era la pauta de la dinámica económica durante el régimen de la década de 1950. La mecanización seguía a paso de vencedores, hasta que Rockefeller y cía montó la democracia pactada desde Nueva York.

A partir de la instalación puntofijista, y del auge del mundo financiero por sobre el industrial como forma de acumulación de capital, en Venezuela se concibió la «siembra del petróleo» como ancla del desmonte del Estado con operadores de primer orden, entre ellos Pedro Tinoco y el resto de los Doce Apóstoles del primer Carlos Andrés Pérez.

Por: Ernesto Cazal

Misión Verdad

 

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