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El 15 de septiembre de 1842 fue condenado al paredón de fusilamiento el General hondureño Francisco Morazán, luego de que estallara una rebelión civil contra su gobierno en la ciudad de Alajuela. Alrededor de 400 hombres encabezados por Antonio Pinto Soares, atacaron la guardia de Morazán, obligándolos a replegarse en el Cuartel de San José, desde donde lucharon tenazmente.
Luego de 88 horas de lucha, Morazán y sus hombres más cercanos decidieron partir hacia Cartago, sin embargo, la rebelión se había extendido hacia esas tierras. El héroe socialista solicitó ayuda a su aparente amigo Pedro Mayorgapara huir, pero este en un acto traidor, facilitó la tarea a los rebeldes al entregárselo, junto a los generales Vicente Villaseñor y Saravia.
Posterior a la captura, el general Villaseñor intentó quitarse la vida con un puñal, logrando solo quedar gravemente herido, mientras que Saravia pereció luego de sufrir una convulsión. En seguida se les sometió a un juicio burlesco, donde fueron condenados a muerte por las autoimpuestas nuevas autoridades, con Antonio Pinto a la cabeza.
Una vez en la pared de ejecución, en la plaza central de la ciudad, Morazán dictó su testamento a su hijo de 15 años. Finalmente le dijo a su compañero Villaseñor: “Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”. Se descubrió el pecho con ambas manos, y con su voz de militar inquebrantable ordenó preparar las armas, apuntar y al gritar “fuego” su voz fue apagada por el estruendo de las detonaciones.
Se dice que entre el humo de la pólvora, se vio a Morazán alzando la cabeza y musitando: “Aún estoy vivo”, provocando otra ráfaga de fuego en su contra. Este hijo de Honduras, que gobernó con valentía la República Federal de Centro América, Costa Rica, El Salvador y Honduras, intentó transformar a ese territorio en una nación grande y progresista, liberando a su pueblo de la dominación de Guatemala.
Con el Mazo Dando