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11.Sep.2017 / 02:47 pm / Haga un comentario

No hay duda de que, pese al lenguaje innecesariamente enrevesado, y en momentos deliberadamente inaccesible, el artículo de Emiliano Terán «Venezuela desde adentro: siete claves para entender la crisis actual» contiene méritos indiscutibles, pero desafortunadamente su marco de análisis es fundamental y fatalmente incorrecto, por lo que inevitablemente obtiene conclusiones erróneas, lo que obliga a una respuesta.

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Por: Francisco Domínguez

El error metodológico decisivo que comete Terán es presentarnos un falso binario en el que la crisis venezolana sería el resultado de la competencia entre dos variantes del neoliberalismo, el Gobierno y la coalición de oposición de la derecha venezolana, la MUD, por un lado; y una difusa categoría que incluiría «diversas organizaciones de base popular y movimientos sociales» que estarían empeñados en construir una alternativa «contra-hegemónica popular» que estaría emergiendo en oposición a las dos variantes neoliberales mencionadas, por otro. La flagrante falsedad e insostenibilidad tanto intelectual como empírica de tal aserto hace que todo el resto de la argumentación de Terán sea parcial e incorrecta.

La Clave I de Terán (nada se puede entender en Venezuela sin tomar en cuenta la intervención foránea) que a primera vista se avizora promisoria, resulta, al leerla, una desilusión. Terán reconoce que «desde la instauración de la Revolución Bolivariana se ha desarrollado un intenso intervencionismo estadounidense hacia Venezuela, el cual se ha recrudecido y tornado más agresivo a partir de la muerte del presidente Chávez (2013)»; además señala las amenazantes declaraciones del Almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur; los intentos de intervención «regional» contra Venezuela; la campaña de Luis Almagro contra el Gobierno Bolivariano y el doble rasero que la informa; y nos habla de cómo los ideólogos y operadores mediáticos internacionales tal vez ingenuamente «despolitizan» el rol de los organismos supranacionales sin tomar en cuenta las realidades geopolíticas de poder que las constituyen. Hasta ahí todo parece andar bien cuando repentinamente Terán nos contrabandea, sin dar ningún contenido, ni intelectual ni empírico, el que cuando se trata de intervención foránea contra Venezuela, no se puede hablar sólo de EEUU pues hay crecientes formas «de intervencionismo chino en la política y las medidas económicas que se han ido tomando, lo que apunta a pérdidas de soberanía, incremento de la dependencia con la potencia asiática y procesos de flexibilización económica». Esta es la «cobertura» (más bien, argucia) que usa Terán para liberarse de tener que adoptar una actitud de defensa del Gobierno del presidente Nicolás Maduro contra el imperialismo yanqui y quedarse así en una postura «equidistante» entre China y EEUU y escamotear tramposamente la obligación de todo revolucionario -que el reclama para sí- de defender toda nación contra el imperialismo.

¿Cuál es la evidencia de las «crecientes formas de intervencionismo chino» en la política y en las políticas económicas en Venezuela? ¿Dónde está la evidencia de la «apropiación» de recursos naturales de Venezuela por parte de China? La relación económica entre China y la República Bolivariana de Venezuela ha sido altamente beneficiosa para esta última -así como lo ha sido para el resto de América Latina- puesto que China ofrece mercados (gigantescos) para nuestras materias primas, inversión no sólo en materias primas sino especialmente en infraestructura, tecnología incluyendo transferencia tecnológica, además de amplias y generosas líneas de crédito. EEUU no ofrece ninguna de estas dimensiones del comercio, y en el caso específico de Venezuela, el imperialismo yanqui procura no sólo apropiarse de su recurso principal, el petróleo, sino que además juega un rol central en la terrible guerra económica contra su pueblo así como en el bloqueo financiero que intensifica diariamente. Además de que el quidde su estrategia es destruir la soberanía nacional cuya precondición es el derrocamiento violento del Gobierno democráticamente elegido de Venezuela, tanto del que dirige el presidente Maduro así como del dirigido por Hugo Chávez hasta 2013.

Poner en el mismo nivel de categoría política la agresión incesante de ya 18 años de duración del imperialismo yanqui contra Venezuela -sobre la cual hay toneladas de evidencia irrefutable- a la amistosa y altamente beneficiosa relación económica con China es no sólo no entender lo que es el imperialismo sino que es un acto de prestidigitación deshonesto que no se compadece con la realidad. La Cepal en innumerables y siempre rigurosos análisis ha demostrado fuera de toda duda el carácter beneficioso y estratégico de la relación entre América Latina y China.

Por ello, el que Terán use China como excusa para liberarse de la obligación de defender al Gobierno de una nación latinoamericana contra la agresión imperialista yanqui es una argucia conscientemente deshonesta que tiene objetivamente consecuencias contrarrevolucionarias. Y, luego de las recientes sanciones económicas contra Venezuela adoptadas por Donald Trump, como puede alguien que se dice progresista y revolucionario no llamar al apoyo del Gobierno del presidente Maduro contra el imperialismo yanqui?

Probablemente la peor parte del análisis de Terán sobre la intervención foránea es el grado de subestimación que comete al señalar apenas dos aspectos -salientes por cierto- de la agresión yanqui contra Venezuela lo que probablemente revela su desconocimiento de la verdadera y gigantesca dimensión del aparato de intervención con que cuenta el Imperio yanqui (sobre el cual, desafortunadamente, la mayoría de los comentaristas convencionales ni investiga ni mucho menos denuncia). La subestimación o se origina en una presentación de la realidad que deliberadamente procura minimizar la capacidad de injerencia que tiene el Imperio yanqui, o se debe a ignorancia y falta de información al respecto, lo que es más que dudoso.

La arquitectura del aparato de intervención yanqui es simplemente escalofriante: en su ápice está el todopoderoso Departamento de Estado que controla, financia, dirige y/o guía organismos claves como Usaid, el Pentágono, la CIA, y los Comités de Relaciones Exteriores del Congreso y del Senado. Inmediatamente debajo de este nivel están la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED sus siglas en inglés), la Oficina de Iniciativa de Transiciones, y la Acils (American Center for International Labor Solidarity) la última de las cuales tiene la función de sobornar, corromper e influenciar organizaciones sindicales, como ocurrió exitosamente con la tristemente célebre CTV. Viene enseguida una capa de organizaciones privadas como el Instituto Republicano Internacional (IRI), el Instituto Democrático Nacional (NDI), poderosísimas organizaciones de los partidos Republicano y Demócrata, respectivamente; Transparencia Internacional (TI); y el Centro para la Empresa Privada Internacional (CIPE). Estas tienen la función de canalizar recursos privados a la derecha en todo el mundo así como cooptar a la empresa privada de los países en los que se interviene con planes de desestabilización, y TI la de producir «informes económicos» negativos contra los países blancos de la agresión yanqui. A todo lo cual hay que agregar una inmensa cantidad de think-tanks, muchos de los cuales son financiados en parte o en su totalidad por EEUU, y entre los cuales hay que destacar la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), dirigido por el ex presidente de España José María Aznar y la organización Prensa y Sociedad que goza de una gigantesca influencia en los medios de comunicación a nivel internacional y ciertamente en América Latina. Además están las organizaciones regionales de partidos políticos de derecha entra las cuales se encuentran la Internacional Democrática del Centro, la Unión Democrática Internacional, el Partido Popular Europeo, el Grupo del PPE en el Parlamento Europeo, la Organización Demócrata Cristiana de América Latina y la Unión de Partidos de América Latina. Y para coronar todo esto, está la inmensa mayoría de los medios de comunicación globales, regionales y nacionales, los que en los últimos 18 años han llevado a cabo una campaña implacable e incesante contra el Gobierno Bolivariano de Venezuela.

Generalidades sobre la intervención yanqui como las que nos entrega Terán adolecen de una superficialidad y falta de especificidad dolorosas, especialmente cuando se utilizan para adoptar una posición equidistante entre otras supuestas intervenciones foráneas como la china, sobre la cual la superficialidad raya en la falsificación. Todo esto Terán lo enmarca en la manida pero falsa matriz sociologizante del llamado «agotamiento del ciclo progresista y restauración conservadora en América Latina», que es una premisa utilizada principalmente por la derecha, similar al «fin de la historia de Fukuyama», y que a juzgar por los desarrollos en Argentina, Brasil, Paraguay, Honduras y México, no sólo no hay tal agotamiento sino que la mentada «restauración conservadora» se está transformando rápidamente en podredumbre reaccionaria de alta inestabilidad.

Ni dictadura, ni democracia
Nuevamente en la Clave II de Terán nos encontramos con que un buen comienzo termina en desilusión. Terán, correctamente, señala que el uso del termino «dictadura» aplicado al Gobierno Bolivariano ha sido «utilizado y masificado en la jerga mediática de manera bastante superficial, visceral y de una forma moralizante, prácticamente para plantearlo como una especie de especificidad venezolana, distinguiéndose así de los otros países de la región, donde en teoría sí habría regímenes ‘democráticos'». Aquí tropezamos con el primer problema: no hay nada superficial en la utilización de este calificativo contra el Gobierno de Venezuela, sino más bien el cálculo deliberado de los laboratorios mediáticos que responden a los intereses del Imperio. El cálculo consiste en utilizar aquella caracterización que concite mayor rechazo en un público amorfo al que se influencia a niveles nacionales, regionales y mundial. Quien crea que hay error sociológico o semántico en tal utilización necesita urgentemente varios cursos de capacitación intensiva contra la ingenuidad frente al bombardeo mediático. Los medios de comunicación no han tenido ningún escrúpulo en calificar al régimen de Uribe de democrático mientras simultáneamente caracterizaban al de Chávez de dictatorial.

Cuesta comprender la confusa formulación de Terán de que en Venezuela estamos ante un «mapa de actores» «fragmentado y volátil» con la «existencia de diversos bloques de poder que pueden aliarse o bien estar enfrentados entre ellos y que desborda la dicotomía gobierno-oposición». Habría sido interesante que Terán hubiese elaborado intelectual así como factualmente tal peregrina aseveración. En Venezuela no hay otra dicotomía que la de gobierno-oposición, que debiera reformularse como «gobierno-oposición/imperialismo». Y por ello en Venezuela no hay disputa de poderes entre diversos actores, sino una intensa lucha de clases por el poder entre la oligarquía venezolana en alianza con el imperialismo, por un lado, y el Gobierno Bolivariano y las masas chavistas, por otro. Esta lucha se centra por parte de los primeros en subvertir el orden constitucional bolivariano consagrado por la Constitución de 1999 utilizando todos los medios a su alcance incluyendo la guerra económica, los asesinatos selectivos de líderes como Robert Serra y Eliécer Otaiza, el anuncio de Henry Ramos Allup de derrocamiento del presidente Nicolás Maduro en «seis meses», pasando por el intento deliberadamente fallido del revocatorio, las varias idiotas declaraciones de la mayoría opositora en la Asamblea Nacional de que Maduro habría hecho «dejación del cargo» y de que es colombiano, la internacionalización de la estrategia de regime change con el despliegue de Luis Almagro, el llamado a la FANB a sublevarse de Julio Borges, la actual oleada de violencia asesina y destructiva de grupos armados fascistoides (preferimos utilizar el término «fascistoide» en vez de «fascista» porque aunque el comportamiento de estos grupos es fascista, su moral política no lo es, pues son mercenarios pagados, probablemente con dólares de la NED), el despliegue de paramilitares, el bloqueo financiero yanqui, el uso de niños en las protestas violentas, y la quema de individuos en la calle, así como el esfuerzo denodado de quemar tantos niños como sea posible atacando hospitales de niños y guarderías infantiles.

La fragmentación sociologista que Terán hace de la intensa lucha política en Venezuela le impide entender el agudo conflicto en ese país como un conflicto esencialmente de clase, y la separación del análisis en «grupos de presión o de bloques de poder» que tipifica la sociología burguesa, lleva a Terán a argumentar que tanto la intervención extranjera como los esfuerzos subversivos de la oposición de derecha en Venezuela están llevando al Gobierno Bolivariano a evolucionar en una dirección autoritaria para lo cual cita decretos presidenciales y medidas especiales, por lo que las libertades individuales se desenvuelven en un contexto de guerra de baja intensidad. A diferencia de la situación de Chile en los 1970, en Venezuela, debido a que el marco legítimo-legal es la Constitución bolivariana de 1999, no ha sido posible para la oposición de derecha utilizar, por ejemplo, su mayoría en la Asamblea Nacional para alterar el orden constitucional y desarrollar una lucha entres los poderes del Estado existente, excepto saliéndose de y violando la Constitución. Por lo tanto la derecha, que busca destruir la constitucionalidad bolivariana, tiene que actuar ilegalmente -guerra económica, especulación en mercado negro, contrabando, etc.-, golpismo, leyes para privatizar el sector estatal particularmente Pdvsa, abolir la ley laboral y recurrir a la violencia. Todas, acciones que contravienen el espíritu y la letra de la Constitución bolivariana de 1999.

La verdad es que es simplemente extraordinario el cuidado con el cual el Gobierno Bolivariano ha hecho todo lo posible para que su política de contención de la oleada de violencia y asesinatos desencadenada por la oposición no vulnere el ejercicio de ninguna de las libertades públicas. Los partidos de la oposición operan sin restricciones de ningún tipo, los medios de comunicación tampoco sufren restricción alguna y no hay censura, y las organizaciones «sociales» de la derecha también funcionan y están activas contra el Gobierno sin tener obstrucciones ni administrativas ni policiales, salvo cuando actúan criminalmente. La libertad es tal que a nivel de la base de la sociedad es el chavismo que es perseguido y atacado virulentamente, al punto del asesinato.

La Clave III de Terán sobre el desborde del contrato social y de los marcos de la economía formal adolecen de la misma falencia metodológica que todo lo anterior. Es verdad que la crisis en Venezuela es probablemente la más severa de América Latina, pero no ha habido «un colapso de la económica formal» como lo afirma Terán, sino que hay una guerra económica que ha deliberadamente desarticulado, bloqueado y evitado los circuitos normales de distribución y compra y venta a objeto de producir un colapso económico que pese al daño infligido por todas las actividades ilícitas asociadas a la guerra económica, entre las que se encuentra el «bachaqueo», tal colapso no ha ocurrido aunque sí han generado severos problemas de abastecimiento y sus corolarios de inflación galopante, incertidumbre, merma de los estándares de vida e intenso descontento social. Gran parte de estos problemas graves provienen del desplome deliberadamente inducido de los precios del petróleo por la expansión de la extracción de petróleo de fracking por parte de EEUU, cuyo objetivo explícito y declarado es geopolítico: atacar en su corazón a las economías de Rusia, Irán y Venezuela.

Terán está en lo correcto al señalar los efectos terriblemente distorsionadores en la economía de esta guerra económica y de las prácticas que le son asociadas, pero no hay tal desborde del contrato social. El Gobierno Bolivariano ha tomado medidas orientadas a defender el contrato social que generó la Revolución: defensa del empleo; respeto y ampliación de los derechos de los trabajadores y otros grupos sociales (mujeres, indígenas, etc.); aumentos de salarios y pensiones; expansión de los programas sociales (vivienda, salud, educación, etc.); intervención de empresas paralizadas para asegurar el empleo y la producción; apoyo a los pequeños comerciantes cuyas tiendas han sido destruidas o vandalizadas por los matones a sueldo de la derecha venezolana; esfuerzos sistemáticos para controlar la especulación, el contrabando y el mercado negro; y el desarrollo de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), incitando a la participación popular en la solución de los problemas asociados con el desabastecimiento. El último presupuesto aprobado por el Gobierno Bolivariano dedica 73% del total al gasto social, algo extraordinario en el contexto de tal severa crisis económica. A este respecto hay que plantearse cuál sería la situación de Venezuela si no hubiera guerra económica, y sobre todo, cuál sería la situación social si el Gobierno, como falsamente lo afirma Terán, fuese verdaderamente neoliberal.

Es verdad que, como dice Terán, hay gente, probablemente una enorme cantidad, que procura solucionar problemas de abastecimiento por vías «informales, subterráneas e ilegales», pero una inmensa proporción se inscribe y entusiastamente participa en vías formales, abiertas y legales, como los CLAP, por ejemplo, de los cuales en mayo de 2017 habían por sobre 20 mil y que daban atención a más de 4 millones de familias. Los CLAP y muchas de las medidas mencionadas no son suficientes para resolver definitivamente los problemas económicos por los que atraviesa Venezuela, sin embargo, la situación real dista mucho del colapso económico que nos describe Terán.

Misión Verdad

 

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