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8.Dic.2015 / 08:50 am / Haga un comentario

Desde que esta página salió al ruedo nos hemos dedicado con plena conciencia y de forma nuclear a describir, detectar y exponer el proceso de la guerra en curso contra Venezuela, en todos sus niveles. Porque no es posible incidir en una realidad si la realidad misma no se conoce, no se analiza en su más exacta dimensión. Lamentarse, quejarse, llorar, distribuir culpas es un ejercicio estéril ahora mismo por donde se le vea.

Y frente a la derrota más dura que ha recibido el chavismo, en la que pareciera haberse impuesto la presión del consumismo y la épica del consumo, quedan grandes temas por ser analizados de ahora en adelante, con la serenidad necesaria que requiere el tiempo histórico y no la angustia destituyente de las necesidades infinitas e inmediatas. Hablamos del modelo de sociedad -en primer orden- que aún no ha sido discutido y que, en tres años exactos de guerra intensa, pareciera haberse diluido.

A eso que vendrá se le puede llamar de todo menos «cambio». La desazón y el desconcierto que anda en la calle del lado del chavismo duro que ayer fue a votar, es el mismo que está haciendo la cola y que votó en contra bajo la promesa-castigo, que se contemplaba de forma tan banal en la mercadotecnia opositora.

No cabe culpa alguna sobre la clase original, que ha sostenido tercamente la opción revolucionaria durante ya casi 27 años, en el poder y fuera de él. Los nodos de análisis, creemos, deben ir en otro sentido. No hemos sabido explicar y discutir en detalle las condiciones, causas y propósitos de la guerra en curso. No en el terreno originario del cual muchos de nosotros probablemente hemos ido alejándonos y desde donde debe hablarse de eso: en la calle.

Si por un lado asumimos como estratégico no haber hablado de este, el peor escenario, por otro no podemos excluir que también formamos parte de un frente que se constituye en uno de los factores de descalabro más evidentes en nuestros puntos débiles: el comunicacional.

El avance momentáneo de los factores de la ultra nos obliga, ahora sí, al repliegue, a una de las maniobras más difíciles en el arte militar: la retirada ordenada que permita que en el marco del intenso reacomodo de la correlación de fuerzas pueda emprender, en su momento, el contraataque.

Resulta vital mantener en cuerpo presente la confirmación de la guerra en todas sus dimensiones y sobre todo en la económica, que prevalecerá como factor político central, porque su repetición constante -y con tantas direcciones- se ha llevado convenientemente al terreno de las abstracciones, favoreciendo el uso y abuso en lo cotidiano. Estrategia esta (la de la guerra) que indiscutiblemente se incrustará en las nuevas representaciones parlamentarias en donde saldrán a flote los propósitos reales de sus jefes inmediatos, porque si algo está claro hoy con respecto a los factores de la ultra es su papel de intermediarios, de satélites de un bloque de poder no precisamente nacional.

Veremos en primera fila un aceleramiento de definiciones necesario para la reorganización de las fuerzas y el replanteamiento de los objetivos, tanto de ellos como de nosotros.

La guerra contra Venezuela ganó momentáneamente la batalla por el tiempo, logró divorciar lo inmediato de lo profundo y continuo, reactivó la cultura del resuelve, la individualización y la des-solidarización ante un escenario que sigue precarizándose.

Dinámica propia de cualquier guerra, nada nuevo en este marco de avances y retrocesos de un tiempo histórico. Y no lo lograron solos ni por sus propios medios (elementos que bastante hemos expuesto en este portal), sino que son elementos que, por lo sofisticado, se pierden de vista dentro del mismo campo de batalla, ante la inexperiencia de un asedio inédito que por tres años, día tras día, logramos resistir.

Incluso más allá de la derrota electoral del día de ayer, y también más allá de lo amplio que pueda parecernos la brecha tanto en circuitos como en el voto nacional, no reconocer que todavía en un contexto marcado por la brutalidad de la guerra en todas sus dimensiones, que existan millones de personas, no miles ni cientos, sino millones de personas dispuestas a entregarle todo su esfuerzo a seguir desarmando los planes del enemigo en cualquier circunstancia, es un signo que no podemos evadir. Y colocarlo en su justa dimensión es también afirmar que ese chavismo duro que salió a votar el día de ayer masivamente tuvo como epicentro zonas del país alejadas de las urbes del consumo y del derroche, ahí donde se retroalimenta el voto que se impuso.

Desde adentro, el enemigo interno desdijo lo que enfrentábamos, dentro de la estrategia de la tensión que todavía se despliega. Y tal vez a partir de ahora no tengamos que hablar de ese enemigo porque lo veremos envalentonado, pasándose abiertamente al lado al que tributa, a la agenda ideológica que prevaleció en este round: la turbocapitalista.

Venezuela y su Revolución constituyen hoy, todavía, una de las últimas líneas de defensa de la humanidad como se entendía en sus aspectos más virtuosos, en su necesidad reinventora, en su vocación de buscar la mejor combinación de sueño de otra sociedad y dignidad. Porque lo demás nunca lo hemos tenido: ni libertad ni igualdad. Y esta Venezuela es la que seguirá enfrentándose al peor momento de la historia de la especie. El más peligroso y letal.

El temperamento venezolano, que ayer decidió mayoritariamente lo que decidió, aún constituye sin duda un profundo factor de resistencia ante los demenciales planes y bajo las condiciones que desea el oscuro 1% global. Esa agenda que obliga a que se aplane toda raíz que produzca identidad y cultura (que no es la que está en los ministerios), y que busca la supresión del consumidor pasivo que ahora lo quieren volver esclavizada biomasa, cuando no eliminarlo directamente por no constituir fuerza de trabajo. El permanente estado de excepción.

En ese marco es que los nuevos actores de la ultra, vulgares intermediarios entre eso y la patria, hablan de «actualizar la economía», «reinsertarnos en el mercado internacional», pelarle el diente a la «inversión extranjera» (eufemismo de dólares, fundamentalismo gringo-cristiano y financierismo sionista), porque ese es el camino (el «hay un camino») por el que quieren enfilar al país en su disminuido papel de gestores. Visto así, ese voto nacional que derrotó al chavismo en las urnas (el escenario ideal y de menor costo para el laberinto imperial) no le otorgó la victoria a sus electores, sino a sus promotores. Esos electores tampoco ganaron.

Mientras el proyecto histórico sufra de la indefinición burocratizada, y ahora salgan a la calle las agendas ocultas de la conspiración interna (como ha ido goteando desde la partida del Comandante) y el estructural desprecio por izquierda a la creación colectiva y a la clase original, el proceso destituyente continuará a pasos acelerados. Ya lo están demostrando. Continuamos en el golpe de Estado y la elección de ayer constituyó eso mismo, marcó lo mismo.

Pero no por eso toda derrota deja de entrañar su potencia creadora y que ahora pareciera estar secuestrada entre la neurosis y la cola. Se abre una grieta enorme donde las definiciones marcarán la pauta más importante. El aceleramiento de las situaciones por venir no necesariamente representan lo oscuro, aunque oscuras vayan a ser.

El camino será culebrero, pero de eso sabemos nosotros y eso también se activa en momentos en los que nos toca trabajar en caliente, porque no nos darán cuartel de ningún tipo. Y eso también se traduce, más allá de la revisión urgente -que apoyamos y suscribimos-, en seguir siendo actores de lealtad con Nicolás Maduro. Lo demás se verá entre el camino y las culebras.

Misión Verdad

 

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