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20.Feb.2009 / 05:37 pm / Haga un comentario

Por Duglas Bolívar.

En cada tres pasos que daba, el Negro Villafaña quedaba liquidado. Se quedaba sin aire en los pulmones y debía ejercitarse para volver a la vida en cada instante. Pero entre nosotros era el que más aire le insuflaba a la lucha y a los sueños por un país mejor.

Vivía tramando ideas para combatir a los fascistas. No paraba de producir. En sus últimos días redactó un documento en el que planteaba transformar las estructuras de la Biblioteca Nacional para colocarla a la vanguardia del socialismo que andamos procurando.

Una semana antes de su muerte, lo visité en su oficina de general, donde atendía a todo aquel que necesitara un consejo o unas palabras de aliento. Esa tarde, acababa de recibir un reporte de su red de contralores sociales que daba cuenta de la reunión de Ramos Allup y Vicente Díaz.

Enseguida llamó a Gabyman de Ávila TV para que mandara a un equipo de cacería. Cuando le informaron que ya el pájaro estaba en el nido, se lo disfrutó con creces. Estaba como muchacho con juguete nuevo. Se sentía renovado en sus deseos de andar realengo por las calles auscultando el sentir del pueblo. Pero ya no tenía aliento físico. Al negro le fascinaba conspirar. Era un conspirador nato. Conspiraba contra sus propias ideas.

El día de lo de Ávila TV le conté de un problema que tengo relacionado con el Ministerio del Trabajo. Me dijo que llamara a Juan García y a su esposa, quienes trabajaban allí. Me dio el número de ella. Le pregunté por el nombre de su mujer y me cortó: La flaca, pon la flaca. En la memoria de mi teléfono puse: La flaca Villafaña. Como buenos machistas.

El 15 de febrero, me mandaba mensajes de textos pidiendo reportes, pues él estaba en un comando central alimentando a las redes. Cerca de las dos de la tarde le reenvié datos de que en Guárico y Falcón la ventaja era de veinte puntos.

El negro estaba chingo de la alegría. Y en la noche, antes del primer boletín, le reporté que la ventaje irreversible estaba en una relación de 60 a 40. El negro estaba contentazo.

Nunca lo había observado tan vital. Pero llegó la fatalidad que se aprovechó de su terquedad y le arrancó el último hálito de vida y lo elevó al templo de los luchadores imprescindibles. Desde allí seguirá ejerciendo su apostolado a favor de los humildes.

 


 

 

 

 

 

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